sábado, 30 de noviembre de 2019

El barquero del averno

El karma pecaminoso marcó las tres,
Las manecillas del reloj marchaban al revés
Los rayos lunares te señalaban acusadores.
Las voces en tu cabeza iban materializándose,
Tus miedos despertándose.
Cerbero se alegraba de tu eminente llegada,
Las falanges del suelo te tragaban.

Respiración entrecortada, sudores fríos,
Caída libre y eterna a la piscina de azufre,
Tus malas acciones me recordaban el camino,
Llanto desconsolado de alma condenada,
Regocijo de sufrimiento ajeno,
Monedas para mí, el lanchero condenado,
El karma pecaminoso, no nos dejará escapar.

Solo me queda remar, remar y remar.




Eusoj Sargav

jueves, 31 de octubre de 2019

Boa noite, Condessa

Boa noite, Condessa.
Boa noite, vampiro.

El castillo de Chancay, maravilla arquitectónica, no muy lejana de Lima, tiene muchas historias. Todas falsas, muchas de ellas hablan de fantasmas, apariciones, etc. Hasta el día de hoy nadie sabe el horror que se vivió en una de las cuatro torres del castillo. Juré que nadie lo sabría, además, es una historia fantástica, ¿Quién me creería? ¿A quién le haría daño? Ya estoy harto de callar por más de setenta años de oscuridad, hastiado de vivir, ella no volverá, ¿o tal vez sí? …No lo sé.

—Mihai, dime qué te pasa, desde que regresaste de Rumania ya no me besas igual ¿Qué sucede contigo? —preguntaba la dulce Raiça, mujer de dulce mirada y figura esbelta.
—No sucede nada, Raiça, ando muy preocupado, los cultivos de las fincas ya no producen como antes, debo de encontrar algún especialista —respondía un tanto ofuscado el marido.
—Pero no deberías de tratarme así…
—Guarda silencio, será mejor que vayas a ayudar a los criados de la casa, tú eres como ellos, tienes la posición que tienes gracias a mí. Nunca lo olvides.
—Como usted diga señor… Ahora que lo mencionas, ¿no recuerdas aquel amigo tuyo del Perú que también es un importante hacendado?
—Sí, claro, Faustino Boggio, ¿qué tiene que ver el acá?
—Pensé que podría darte una mano, después de todo, fuiste tú quien le salvó la vida en Río de Janeiro hace unos años atrás…
—¡Tienes razón! Le enviaré una carta antes del fin de semana. Iré a trabajar, mujer —yéndose sin besar a su esposa una vez más.

La hermosa Raiça era una especie de rehén en la hacienda de Mihai, a pesar de que estaban casados, el hombre la seguía tratando no peor que a sus criados (quienes tenían miedo del salvajismo de ese bruto).

—Señorita Raiça, señorita Raiça, ¿por qué tan triste? —preguntaba la criada.
—No es nada Berenice, Mihai se ha vuelto muy malo, ya nada es como antes como cuando salía conmigo a la ciudad o cuando me llevaba a las cenas importantes, aunque me decía que nunca diga nada, al menos me llevaba. Ahora ya no, a diario me deja encerrada en el cuarto llorando. Fue una suerte que me haya mandado a ayudarles como la criada que soy y que siempre fui.
—No diga eso señorita Raiça, tal vez tiene problemas, es solo eso, o a lo mejor habrá conocido a una muchachita joven, pero no se preocupe que usted es la más bella de todo Río. Pronto el señor Mihai se dará cuenta que usted es un diamante, una perla y la volverá a querer.
—¡Ay Berenice, sin ti que haría! —y se echó a llorar en el hombro de la regordeta criada quien la abrazaba para calmarla.

A la semana siguiente una carta llegó, y resultó que era una invitación de Faustino Boggio, el hacendado que le daría la solución a Mihai. Pero la invitación no era cualquier invitación, era una invitación a un castillo —sí, un castillo, un castillo en Latinoamérica, como uno de Europa—, es así como Mihai decidió viajar hasta Perú para reunirse con el señor Boggio.

Al llegar desde el Aeropuerto Internacional Corongonhas de Sao Paulo al Aeropuerto Internacional Jorge Chávez, en Lima; Mihai, Raiça y Ayrton, el criado de confianza, fueron recogidos por el mismísimo Faustino Boggio, quien los llevó hasta su castillo.

Tras llegar al castillo, Mihai y Raiça se hospedaron en una de las torres del castillo tras pedido de Mihai —quien se encontraba emocionado. Tras terminar de instalarse en la habitación, el hombre empezó a lamentarse de haber traído al viaje a su mujer porque esta le había pedido conocer juntos el castillo, mas no fue así, nuevamente fue encerrada en el cuarto, y se la pasó llorando.

Después de haber tenido una larga reunión con Faustino Biggio acerca del problema con sus tierras, allá en Brasil, Mihai regresó a la habitación y encontró a la dulce Raiça desmayada sobre la cama. Al no saber qué hacer, fue que llamó a su fiel criado Ayrton, quien ayudó a reanimar a la mujer.

—Amor, ¿ya te sientes mejor? —preguntó un preocupado Mihai, como nunca antes en su vida, mientras acariciaba suavemente la cabeza de su esposa.
—Sí, ya me siento mucho mejor, solo fue un desmayo, no hay nada de qué preocuparse —trató de sonreír la pobre muchacha, a quien a duras penas le salía ese hilo de voz para poder responder.
—¡Mañana mismo regresamos a Río, y no me importa lo que tenga que pagar!
—Gracias por ser tan considerado conmigo, hace mucho que no lo eras.
—Ya te expliqué, cariño, tenía muchos problemas con las tierras que ya no producían bien, disculpa si he sido malo contigo —luego de decir esto, la besó.
—Amor, tengo una noticia que darte, pensé decírtela antes de venir a Perú contigo.
—Entonces dime de qué trata Raiça, ya ni una noticia que reciba me puede parecer mala, si el mundo se acaba hoy, no me interesaría en absoluto.
—Estoy embarazada de ti ¡Tendremos un hijo o una hija, no sé, pero me haces muy feliz! —y lo abrazó.
—… —el hombre no decía nada, solo caminó hasta la ventana de la torre para observar quién sabe qué, tal vez a la luna llena que brillaba solemnemente sobre un cielo estrellado de Chancay.
—¿Por qué no me dices nada?
—Ven, abrázame amor, ¡yo también tengo una sorpresa para ti!

Del bolsillo trasero de su pantalón, el esposo sacó un puñal que atravesó el vientre de la mujer. Muchos gritos salieron de la habitación, la luna se tornó roja del horror, la puerta trataba de ser abierta desde afuera, Raiça no daba crédito a nada de lo que le sucedía.

—¿Crees que soy idiota? —murmuraba en el oído de su mujer que se aferraba al hombre— Cómo vas a salir embarazada si yo estuve en Rumania. Ya no importa saber quién fue el que te embarazó, de este castillo nadie saldrá vivo.

La puerta de gruesa madera se vino abajo detrás de las espaldas de Mihai, Faustino apuntaba a la cabeza de la mujer con una enorme y antigua pistola, mientras que Ayrton hacía reventar un pesado florero en la cabeza del hacendado limeño. Raiça sorprendentemente estaba de pie mientras destrozaba a mordiscos el cuello del hombre con del que se había enamorado y casado, la sangre brotaba a chorros del cuello del hombre quien seguía apuñalando a la joven, hasta que cesó.

Ambos cuerpos de los hacendados yacían en el suelo de piedra de la torre del castillo, Ayrton —en una esquina de la habitación—, le suplicaba de rodillas a esta endemoniada e irascible criatura de la noche que no lo mate a él, a lo que la vampira, se acerca hecha todo un mar de sangre y lo besa suavemente, para luego ir bajando hasta su cuello.

Pasaron un par de años desde aquel incidente, y fue así como el castillo de Chancay fue declarado en abandono porque decían que servía solo para que los más avezados delincuentes se escondan de la ley y torturen gente en las habitaciones.
Medio siglo después, un 31 de octubre del 2019, desde algún lugar de Brasil, un cibernauta que se hace llamar Vlad Tepes publicó en su blog esta historia.

—É assim como aconteceu a historia, né? // Es así como sucedió la historia, ¿no?
—Assim mesmo. // Así mismo.
—Está amanhecendo, é hora de descansar! // Ya está amaneciendo, mi ama, es hora de descansar!
—A historia foi maravilhosa. Eu adorei! // La historia fue maravillosa ¡Me encantó!
—Boa noite, Condessa Raiça, minha ama. // Buenas noches, Condesa Raiça, mi ama.
—Boa noite, Ayrton, meu vampiro. // Buenas noches, Ayrton, mi vampiro.





Eusoj Sargav









domingo, 27 de octubre de 2019

El monaguillo


Los años de monaguillo que Martín había dejado atrás habían vuelto, ya no era más un monaguillo que robaba vino del cura, ni tampoco iba a la iglesia. Lo que volvía a ser como antes, era que había vuelto su depresión y con ello, un alcoholismo basado tan solo y únicamente en vino tinto.

          Una semana atrás, los padres de Martín se sumaron a la estadística de personas que mueren en accidentes automovilísticos de carretera: la ambulancia que llevaba de emergencia al abuelo de Martín a un hospital se había desbarrancado por un abismo cajamarquino, la mujer con la que se iba a casar le dijo que lo había pensado bien —dado que conoció a un jeque árabe— y que era mejor no casarse y terminar. Martín acudió a un psicólogo, pero a este último le entró un ataque de nervios cuando recibió una llamada y se retiró del consultorio dejándolo a Martín en la sala de esperas. En resumen, todo iba mal (pésimo).

          Una semana después de todo, un excompañero del coro de monaguillos le había dicho para ir a formar parte del coro un grupo de rehabilitación, le dijo que ni los antidepresivos, ni las medicinas, ni el alcohol eran la solución, sino confundir a la depresión.

          El día que fue al coro de rehabilitación, Martín intentaba sincronizarse con las armoniosas voces de los pobres y tristes —pero talentosos— desgraciados que formaban parte del grupo de rehabilitación, pero no lo conseguía, y su frustración se incrementaba a medida que los tenores y sopranos llegaban cada vez a notas más altas y el a lo mucho soltaba unos gallos que se veían opacados por las excelentes voces ahí presentes.

          El antídoto fue peor que la solución, Martín regresó a casa a seguir embriagándose con vino tinto, y tal vez, con alcohol de farmacia con agua.

          El día que Martín  fue hallado sin vida en su departamento, ni los monaguillos ni nadie asistió a su entierro sino el grupo de desgraciados tenores y sopranos que lo condujeron a la muerte, quienes terminaron cantando la misma canción de todas sus tristes sesiones.






Eusoj Sargav

martes, 22 de octubre de 2019

Discusion vital en alguna cantina rusa


Ruleta rusa,
Rusa ruleta de la cantina de Baba Yaga,
Los dados jugados con apatía,
Billetes empapados al lado de la botella de vodka,
Los dardos clavados en mi fotografía,
La vida y la muerte están aburridas,
En mí hallan diversión, gozo y deleite,
¿Que planean esas dos viudas paranoicas?
Desgracias convertidas,
Placeres nacientes,
Espero complacerlas.






Eusoj Sargav

viernes, 18 de octubre de 2019

El útlimo humano


Me acuerdo como si fuera solo ayer, yo viendo una película romántica... ¿o era escuchando una canción que me parecía triste o quizás era la triste historia de mi vida? O era solo ese sabor de un sexo seco breve, sin te amos, ni sonrisas cómplices. No sé.
De un momento al otro, unas de las paredes reflejaron lágrimas en mi cara, mi capucha me tapaba, tal vez era tu recuerdo siendo consumido como el cigarrillo que ya me quemaba las uñas y los dedos en algún tiempo lejano. Estaba llorando, pero la gente de mi al rededor, me miraba con desprecio: ¿Es un desperdicio humano?, es muy débil para serlo, decían entre ellos. Solo hay gente muerta a su al rededor, su mujer e hijo murieron atropellados, pero el chofer se fue a la fuga, y .... y todo está en su mente. Recuerdos difusos.
Han pasado 258 años desde que sucedió. ¿Pero cómo lo sé? ...Pues simple, alzo el mentón, y el holograma que se levantaba en lo amplio del cielo decía hora, fecha, temperatura ambiental artificial, a qué hora se supone que el holograma se volvería tarde y luego noche. En fin, veía todo esto desde una jaula de cristal que por lo visto me había tenido encerrado mucho tiempo. Era, aparentemente, el último Homo sapiens sapiens que sobrevivió a aquel desastre. Estos humanos no eran tan diferentes que nosotros en forma... solo que eran de pieles grises y sin párpados. Ahí estaban, grabándome en la jaula con un extractor de sueños y emociones, riéndose, brindando alcohol de 98°: Este aparato, les hacía vivir todo lo que experimentaba como el último Homo sapiens sapiens en una especie de USB que almacenaba mis vivencias.
 Ahora, continuando con la secuencia de su programa de vivencias, sorprendían al verme llorar, llorar por no tener a mi esposa e hijo conmigo, tal vez fue un triste recuerdo en la garganta que me destrozó el alma y la esperanza de creer poder querer en aquel entonces, no sé. Solo sé que estoy llorando, y los humanos de piel gris quienes me veían desde afuera no dejaban de admirarse de mí: yo sufro, ellos...parece que no.
Veo que soy el último de los humanos, siendo el más humano de los humanos, véanme sufrir, véanme llorar, siéntanme enloquecer. Siéntanme morir. Muéranse, bastardos grises.





Eusoj Sargav

domingo, 13 de octubre de 2019

Premio Princesa de Asturias: La aparición del tío gnomo


—¿Es usted el señor Eusoj Sargav? —preguntó un policía acompañado de un labrador color caramelo que se veía muy juguetón.
—El mismo, el que viste y calza señor policía, ¿en qué puedo ayudarle? —preguntaba risueño el escritor— seguro también quiere un autógrafo. Venga, ¿dónde firmo y a quién va dirigido?
—Queda usted detenido por posesión ilegal de drogas. Todo lo que diga será usado en su contra. Tiene derecho a guardar silencio y a un abogado.
—¿De qué me está hablando usted?
—¿Ah, no sabe? —el policía abrió la maleta y todas las drogas del mundo se desparramaron al suelo: yerba, speed, MMDA, jeringas.
—Mierda —Eusoj no sabía cómo las golosinas que le obsequió el señor gnomo se habían convertido en drogas.

Después de pasar tantos años pateando latas, trabajando solo en cachuelos que no tenían nada que ver con el mundo literario, subiendo a los micros[1] para vender mis historias impresas en hojas de papel bulky[2], a 2 soles cada folletín —a veces sin poder lograr vender nada, lo que significaba no comer ni un carajo—, había llegado mi momento: Los Premios Copé[3] estaban a la vuelta de la esquina y sentí esa atracción tan sexual, tan irrechazable de participar en el concurso, así que decidí enviar una obra que la venía trabajando desde los 15 años, ¿y no saben? Este pechito se ganó todo ese chuchonal[4] de plata que daba el Premio Copé, y lo que tanto había anhelado: publicaron mi libro en masa en todas las editoriales del Perú, ¡fue toda una locura! Vivía un sueño, me sentía un chuchesumare. Me hacían entrevistas por todos lados… para los canales de TV, para Facebook, Instagram, ¡Putamadre! Me sentía más famoso que mi tío (Vargas Llosa).

Es así como poco a poco el título de mi libro había empezado a invadir Latinoamérica —como si de una epidemia zombi se tratara— hasta cruzar el charco y llegar a España, donde hasta el rey lo leyó y la colocaba en su mesa de noche junto a sus joyas y coñacs. Era todo un éxito, cosa que no había pasado desapercibida y ya se escuchaba por ahí, en la prensa española especializada de literatura, que mi obra podría ser premiada con los Premios Princesa de Asturias[5], y así fue, había logrado ganar dicha premiación. Lo único que faltaba era ir a la premiación en el histórico Hotel de la Reconquista, en Oviedo, España, lugar donde se celebra esta ceremonia todos los años.

A falta de una semana para la entrega de los premios, había decidido ir a visitar a mis no tan viejos amigos de la universidad —sí, logré estar en una universidad, pero me salí de ahí porque no era lo mío ese mundo de los números—; hablo de Ricolino Rossi, un abogado de narcos, Pao Lo, el dueño de un chifa[6] (llamado Miau Miau ¿Quién sabe por qué?), Andrew, el basquetbolista de la universidad (que se había quedado manco), Gampi Sánchez, un distribuidor de medicina a quien le iba muy bien, y de Pipe Lín, quien exportaba paiches a Europa. Nos habíamos reunido en un restaurante llamado "Los pescados capitales" para almorzar y hablar de los buenos tiempos donde todo era chacota y tal. Después de ello, fui al aeropuerto con destino a Madrid, y antes de entrar al aeropuerto, un señor enanito que vendía golosinas me interceptó.

—¿Qué deseas comprar? —preguntó un señor enanito, gordo y orejón.
—No deseo comprar nada, soy pobre —respondió el astuto Eusoj.
—Ja ja ja, qué va a ser pobre usted, señor Eusoj, es famoso.
—Bueno, bueno, no pensé que tanta gente me conocía —reía, un tanto avergonzado— es un placer conocerlo señor.
—Toma hijo, ten estos caramelos para el viaje.
—¿Qué? ¿Cómo sabe que voy a viajar? ¿Cuánto es? —preguntaba el escritor, solo por compromiso, acercándose la mano a la billetera para dejarle una propina al rechoncho señor.
—No es nada, acuérdate que estoy en todos lados. Oye, mira allá, parece que es la prensa, guarde los caramelos en su equipaje, corra.
El escritor volteó, y, en efecto, ahí estaba la prensa, pero al regresar la mirada donde se encontraba su fan callejero, este había desaparecido. Eusoj estaba alucinando.
Logró conseguir entrar al aeropuerto a tiempo, el Premio Princesa de Asturias lo esperaba en España, los ojos le brillaban como dos pepitas de oro, se dirigió a la cafetería del Jorge Chávez[7] a comer un postre de chocolate después de hacer sus trámites y en eso ocurrió el principio del fin:

—¿Es usted el señor Eusoj Sargav? —preguntó un policía acompañado de un labrador color caramelo que se veía muy juguetón.
—El mismo, el que viste y calza señor policía, ¿en qué puedo ayudarle? —preguntaba risueño el escritor— seguro también quiere un autógrafo. Venga, ¿dónde firmo y a quién va dirigido?
—Queda usted detenido por posesión ilegal de drogas. Todo lo que diga será usado en su contra. Tiene derecho a guardar silencio y a un abogado.
—¿De qué me está hablando usted?
—¿Ah, no sabe? —el policía abrió la maleta y todas las drogas del mundo se desparramaron al suelo: yerba, speed, MMDA, jeringas.
—Mierda —Eusoj no sabía cómo las golosinas que le obsequió el señor gnomo se habían convertido en drogas.

El Premio Princesa de Asturias nunca lo recibí por no estar presente en la ceremonia, ni mucho menos los putos 50 mil euros. Maldita sea, tantos problemas me hicieron para que una semana después salga en libertad gracias a mi amigo, el abogado. Es así como conocí al tío gnomo. A la mierda el Premio, a la mierda todo.
Puto tío gnomo.






Eusoj Sargav







[1] Micro, en Perú se le suele llamar “micro” a las unidades de transporte público.
[2] Hoja bulky, es un papel elaborado de materia prima biodegradable.
[3] Premios Copé, son los premios literatos más importantes del Perú.
[4] Chuchonal, jerga peruana que significa gran cantidad de algo.
[5] Premios Princesa de Asturias, los Premios Princesa de Asturias​ están destinados a galardonar la labor científica, técnica, cultural, social y humana realizada por personas, instituciones, grupos de personas o de instituciones en el ámbito internacional, aunque con especial atención en el ámbito hispánico. ​Fuente: Wikipedia.
[6] Chifa, es un término originado en el Perú para referirse tanto a la cocina traída y adaptada por los inmigrantes chinos, coreanos, vietnamitas y de Asia central desde mediados del siglo XIX, como también a los restaurantes donde esta comida es servida. Fuente: Wikipedia.
[7] Jorge Chávez, Aeropuerto Internacional Jorge Chávez, ubicado en el Callao, Perú.

domingo, 29 de septiembre de 2019

martes, 24 de septiembre de 2019

La deudora de Vitacura


No más viajes por todo el mundo, no más buena comida, no más vestidos de diseñadores de moda franceses, no más empleados ni empleadas, no más chofer, no más nada. No más viejo verde que haya sido un criminal de guerra nazi al cual cuidar, al fin nada. Y así es como me dejó este viejo bastardo, prácticamente sin nada. El muy infeliz había modificado el testamento días antes de morir, dejándome solo la casa en la que vivió sus últimos días en Santiaguito —eso sí, una muy bonita— en el barrio de Vitacura[i]. Todo mal, no más nada.
Sí más estrés, sí más hambre, sí más deudas con los vecinos, sí más sobres de los bancos que se acumulaban semana tras semana bajo mi puerta. Esos sobres, esos malditos sobres llenos de saldos negativos, siempre terminaba rompiéndolos en mil pedazos y a medida que los rompía, sentía que era yo la que me rompía, y todo terminaba en llanto ahogados por el licor de la bodega del viejo —o de lo que quedaba de ella—, sí más desgano, sí más cansancio, sí más insomnio, sí más mi fiel perro desnutrido. Eso era lo que más me dolía, mi fiel perro de lo que era un fino perro regordete, ahora era no más gordo que un perro callejero que es más hueso que perro. Había días en los que no alcanzaba dinero para la comida y Naranjo lo sabía, lo bueno es que siempre se portaba bien, en ocasiones cuando ya no daba más con mi vida —y al parecer el pobre perro tampoco— le daba de beber del vino más italiano que tenía y nos emborrachábamos je je, tal vez por ello fue un día que Naranjo enfermó, y cuando lo llevé al veterinario para que le traten de salvar la vida, ya era demasiado tarde, Naranjo había dado su último suspiro. De todos modos me cobraron la consulta los muy hijos de puta. Al día siguiente, llegó una notificación más de embargo de la casa, al día siguiente me cortaron la luz y a la semana que le siguió, ya había empezado el crudo invierno.
Pasó un mes para que embarguen la casa y tan solo un día en el que viví en la calle para que haya sido internada de emergencia en la clínica alemana de Santiago.
Solo quise ser feliz, nunca supe cómo.






Eusoj Sargav



[i] Vitacura, barrio chileno considerado uno de los barrios más caros para vivir en todo Chile y Latinoamérica.

miércoles, 11 de septiembre de 2019

Toque de queda


Si mal no recuerdo, ya era muy tarde, tal vez 11 de la noche y la vieja me decía que la dejara sola porque mucho la jodía y muchas otras cosas más que me decía entre lisuras, jijijís y jajajás. Yo me cagaba de risa cada vez que la iba a ver, así era la viejita de linda. Al despedirme de ella, salí de su casa y vi desoladas las calles del barrio de Cinco Esquinas[1] por ser toque de queda, así que me apuré y bajé por Jirón Junín para llegar a mi casa. Quería darle una sorpresa a mi esposa: un keke riquísimo que solo la canosa sabía preparar y me había dicho que se lo mande.
Del bolsillo del casacón saqué un cigarrillo Premier rojo y le di curso, hasta que de un momento a otro sentí que un carro me seguía despacito, o al menos esa era la impresión que tuve, y pensé: “¡concha de su madre, no traje el revólver carajo! Viejo soy y por las huevas, ¡ya manqué!” Así que seguí derechito nomas, sin voltear, o la cagada, ¿no? Cada vez el carro se acercaba más a mí… Si me querían plomear, que lo hagan de una vez, este cuerpo ya no servía como para meterse un pique de 400 metros, por lo que aceleré el paso nomás y fue cuando escuché que el carro freno en seco. No volteé, lo que tenía que pasar, tenía que pasar… Tarde o temprano moriría de alguna forma, todas las noches se escuchaban explosiones a lo lejos, las torres de alta tensión eran dinamitadas casi a diario, Tarata[2] había quedado hecha mierda hace sólo cuatro días. Es decir, todos le debíamos minutos a la muerte en esta época, quien se divertía jugando a los dados.
Para mi buena o mala suerte me topé con dos milicos que estaban en una esquina, me aproximé y uno de ellos me apuntó a la cabeza diciendo con voz de perro rabioso: “Enséñame tus papeles mierda, o te quemo aquí mismo”. Así que obedecí presuroso, le mostré la libreta electoral y le conté que era policía en retiro: Comandante Víctor Fuentes Huanca” … Iba a seguir presentándome, pero vi que el cachaco le hizo una seña al otro con la cabeza, y de la nada: ¡Paaaam!, el huevón casi me voló la cabeza de un balazo que salió de su rifle y se escuchó a lo lejos el derrape llantas y un carro empotrarse contra un poste de luz.
—¿Qué me mira así, comandante? Es mejor que siga su camino a casa. Usted no ha visto nada. Ese huevón que ya está frío, era terruco. Sino no se habría ido al vernos —dijo el más joven de los dos cachacos, quien sacó, coincidentemente un cigarrillo Premier —como el de los que yo tenía— y se lo empezó a fumar como si de matar el rato se tratase.
Cosas como esas pasaban a diario en Lima: en esas épocas ochenteras y principios de los 90’s en la sierra, en la selva... En todos lados.










Eusoj Sargav



[1] Cinco Esquinas; uno de los barrios más tradicionales de la Lima antigua ubicada en el distrito de Barrios Altos.
[2] El atentado de Tarata (16 de julio del 1992), fue perpetrado en el distrito de Miraflores por parte del grupo terrorista “Sendero Luminoso” ocasionando, según fuentes oficiales, 25 muertes.

jueves, 5 de septiembre de 2019

Carta de indemnización

Ella leía la carta mas no entendía. Sus lágrimas teñían de rojo el solemne papel que se hallaba sobre la mesa de comedor que decía: «...fue un hombre valeroso que dio la vida por su nación cuando se le requirió... Puede acercarse a cobrar el cheque de indemnización en nuestras oficinas del Banco de la Nación antes de fin de mes. A quien corresponda... (este dinero no revivirá a su fallecido, pero puede usarlo para emprender un negocio o dedicarse a los vicios. Que tenga un buen día)».






Eusoj Sargav

jueves, 22 de agosto de 2019

El doctor de Cracovia


Herr Schwaltz se encontraba caminando una noche en algún lugar de Cracovia[1] camino a casa. Al día siguiente tenía que ejecutar de una serie de experimentos médicos de suma importancia, y no fue, sino después de avanzar unas cuadras que interrumpió su marcha ligera al ver un hombre desesperado con niño en brazos —tal vez buscando un hospital—, es así que no dudó en brindarles ayuda: se presentó diciendo que era doctor y les ofreció que vayan a su casa para que pueda salvarle la vida al niño. Tras una larga noche, les ofreció pozada. Las noches polacas de enero de 1940 eran muy frías.

Al día siguiente Herr Schwaltz ofreció en llevarlos al centro especializado donde el trabajaba para curar al niño. En tanto que el padre por supuesto que aceptó. Una vez en el Kommanderurwagen[2], partieron rumbo a Auschwitz. ¿En realidad lograrían curar al niño?

—¿Padre, tienes idea de por qué nos han encerrado en esta habitación? —preguntaba el niño.
—Claro que sí Piotr, es para que te cures… Es para que te cures… Ya no habrá dolor —conteniendo las lágrimas.
—Papá, pero si me voy a curar, ¿por qué se te escucha tan raro? —decía el niño mirándolo mientras miraba a la puerta de acero que se encontraba en el cuarto— parece que quieres llorar… ¿No crees que ya estás grande para eso?
—… —el padre, enmudecido, abrazó al niño a su pecho y se quebró en llanto.
—¿Por qué no me respondes? Ya no llores, o me pondré triste yo también.
—Lloro de felicidad, ya te curarás, no habrá más dolor y ya dejaremos de huir de los nazis. 
—¿Eso quiere decir que viviremos tranquilos y que veremos al doctor de vez en cuando para que me cure cada vez que me enferme?
—Sí, Piotr, sí. Lo veremos, lo veremos algún día en el infierno.
—No digas eso, ahí no va la gente buena como el doctor Schwaltz y tú.
          El padre seguía sin decir nada y siguió sollozando.
—Papá, la fiebre a vuelto, hace mucho calor en el cuarto.
          El padre ya no decía nada y abrazaba muy fuerte al niño.
—Papá, el cuarto se siente cada vez más caliente y ya estoy sudando mucho, dile al doctor Schwaltz que tengo sed, y por favor, deja de abrazarme tan fuerte que no me estás dejando respirar bien.
          El padre seguía abrazando fuerte al niño.
—Papá, mi cuerpo está ardiendo, me están saliendo heridas —Piotr, el pobre niño enfermo empezaba a quejarse a gritos.
          El padre también se llenaba de llagas, el calor del cuarto bordeaba los 70°C e iba a aumentar cada vez más y más, así que decidió darle un último beso en la frente a Piotr antes de girarle el cuello para que no pase el dolor insoportable que iba a ser estar en un cuarto que iba a sobrepasar los 1000°C hasta desintegrarse.

Padre e hijo no se imaginaron nunca que terminarían en el Konzentrationslager Auschwitz[3]. El padre jamás se imaginó que aquel doctor tan bondadoso y noble, fuese el temido “Hund der Juden[4], hombre que realizaba toda clase de experimentos en humanos. Experimentos que siempre tenían como conclusión: “el experimento fue exitoso, se logró exterminar a los individuos impuros, pero deben de existir otras maneras más económicas de eliminarlos. Se seguirá experimentando.”







Eusoj Sargav



[1] Cracovia, ciudad de Polonia.
[2] Kommanderurwagen, vehículo militar nazi.
[3] Konzentrationslager Auschwitz: Campo de concentración nazi ubicado en Auschwitz.
[4] Hund der Juden, significa “cazador de judíos”.

El precio de robar un corazón

Con ilusión te esperé, 
Al verte fui feliz, 
Los tiempos malos llegaron. 
Del trabajo renuncié, 
Cometí errores de aprendiz, 
Los nervios me fallaron, 
Del corazón enfermé.
Tú seguiste creciendo, 
Se vivía como se podía, 
La muerte asechaba y yo temía.
Hijo, perdón.
Entre tu vida y la mía elegí, 
De nuevo perdón, 
Sin tu corazón no podría vivir. 
La cárcel es fría como el quirófano, 
Tu recuerdo me tortura, 
No sé si pueda seguir.





Eusoj Sargav

jueves, 8 de agosto de 2019

El acto final

Y en eso... En el acto final, la audaz y atormentada acróbata saltó al vacío para ponerle fin a la función... A la función de su vida. 
Una parte del público llamó a los paramédicos quienes se encontraban fuera de la carpa circence, otros no le daban crédito a los que vieron, el desorden y el horror reinaba en el circo; pero ya era demasiado tarde.
La maniobra mortal fue ejecutada con maestría.




Eusoj Sargav

jueves, 1 de agosto de 2019

El director

Leopoldo sabía que su madre salía con el director de su escuela, también era consciente que si aquel idilio se acababa, dejaría de estudiar en aquel colegio limeño de renombre en el que cursaba la secundaria desde hace cuatro años.

El sábado pasado, el osado y pícaro joven de buen porte, había salido con la hermana mayor de Giovanni Carbone, una bella joven de tal vez unos 23 años, a una fiesta de playa. Como era de esperarse, en aquella casa de playa la mayoría de asistentes eran mucho mayores que él. El trago corto y líneas de coca estaban al alcance de todos, los mozos se pasaban por la fiesta repartiéndolos a diestra y siniestra.
Todo iba bien, era la primera vez de Leopoldo en una fiesta de tanta monta y se comportó a la altura de las circunstancias hasta que encontró al director de su escuela besuqueándose con dos voluptuosas mujeres.

Leopoldo nunca supo cómo iba a hacer para desaparecer el cuerpo del director quién yacía en el suelo de la oficina de la dirección. Sus manos estaban manchadas de un rojo brillante y temblaban mientras sostenían el machete con el que su madre solía filetear pescado en su puesto de mercado en el que trabajaba.





Eusoj Sargav

jueves, 25 de julio de 2019

Cómo conservar un empleo


—Néstor, tienes un día para hacer el discurso… el mejor discurso que haya podido darle a la compañía. No me defraudes. De eso depende tu trabajo o te quedas en la calle, ¿oíste?
—Sí, señor Krugman, no se preocupe que lo haré.
—Así me gusta —dijo dándole palmaditas en la espalda—. No sé qué haces parado aquí en mi oficina cuando ya debiste haberte ido.
—Justo eso iba a hacer —dijo el pobre Néstor, quien no lo dejaba en su lugar por temor de no llevar sustento a casa.
         
          Situaciones como estas eran el día a día de Néstor desde que consiguió trabajo. ¿Por qué seguía en un trabajo así? Pues nadie iba a contratar a un hombre de sesenta años, solo esta compañía, por lo tanto, no le quedaba de otra que agachar la cabeza y mover la cola.
          Antes de llegar a su humilde casa situada en un barrio picante de Lima, Néstor tuvo un pequeño accidente al cruzar la pista, por lo que terminó en un hospital con un brazo dislocado por lo que estuvo en cama toda la tarde y noche. No obstante, al amanecer, el valeroso hombre decidió concluir con el trabajo como pudo y se quedó pensativo en su habitación.
Los accidentes pueden pasar. A mí me acabó de pasar ayer por la tarde, y por suerte, no perdí la vida en esa aparatosa caída. Sería totalmente injusto que me quede sin trabajo: mi mujer que está postrada en cama, mis nietos que quedaron huérfanos hace poco, aún le faltan un par de añitos para terminar el colegio... ¿Qué será de ellos si me quedo sin trabajo? —pensaba afligido el pobre Néstor— Un accidente lo puede tener cualquiera… Así seas el gerente de una empresa.


Antes de partir a la importante reunión en la que iba a entregarle el discurso al gerente general, le pidió cierto favor a uno de los sicarios del barrio.

Néstor conservó su trabajo por cinco años más, y vio desfilar por lo menos a cuatro gerentes, antes que se jubile.









Eusoj Sargav

jueves, 18 de julio de 2019

Decisiones


Tres ancianos drogados deciden asaltar una tienda de diamantes   .     ,  ,,   .            . 







Eusoj Sargav

jueves, 11 de julio de 2019

Cuatro Gallos


Julián, mi hermano bastardo, acaba de invitarme a mi propia finca… ¿Es que acaso no tiene sangre en la cara como para hacer eso? ¿Cómo se le ocurre? Esa finca no le pertenece a ese sucio ¡Esta invitación es una burla tremenda! Pero no importa… no importa, hablaremos de negocios: él me venderá los mejores gallos de pelea de la provincia a un “precio módico” de unos cuantos miles de dólares. Es una oferta que no puedo rechazar, “una oferta familiar” dice él… “de hermanito a hermanito” …Tremendo aprovechado, convenció a mi padre para que le deje como herencia la finca, para así “poder enmendar sus errores” y poder descansar tranquilo, y ¡vaya que lo consiguió! El resto ya es historia, es así como tan solo me quedé con el galpón del viejo y una casucha a medio acabar.
¿Cree que puede llamarme hermano habiendo tomado la finca que me pertenecía? Mi padre jamás ni nunca me dijo que tenía hijos regados en esta ciudad. En fin… no importa, hoy veré a “mi hermanito” y correrá dinero.

Eran las ocho de la noche cuando Montoya llegó a la finca de su hermano. Lo hicieron pasar unos guardias muy corpulentos, bajó del auto y una bella dama lo abordó y le pidió que la siguiera para que pueda verse con el señor Julián quien lo estaba esperando con una cena especial al pie de la pequeña laguna en donde jugaban con gracia unos cisnes negros.

—¡Hermanito Julián qué bueno verte después de tiempo!
—Leonardo Montoya, el hombre más conocido de la ciudad ¡Cuánto tiempo sin ver
nos!
—Así es, mi estimado, no nos vemos desde el entierro del viejito ¿Te acuerdas?
—Sí, fue un día tristísimo, lloré desconsolado al saber que ese hombre que me dio la vida se iba de la misma ¡Cuánta injusticia! Se fue justo cuando estábamos recuperando el tiempo perdido.
—Así es la vida, querido hermano, la muerte llega cuando menos te lo puedes imaginar ¿Lo sabías?
—Así es, esta puede ser nuestra última cena, mi adorado hermanito.
—¿Pero por qué dices eso? —preguntó Leonardo sintiéndose nervioso puesto que pensó haberse vendido antes de tiempo.
—Porque uno de los dos esta noche va a morir —diciéndolo bastante serio y mirándolo con sus ojos pardos a los suyos.
         
          Montoya había palidecido y se llenó de furia, porque pensó que el golpe iba a dárselo él, no al revés. Era una conversación muy tensa, como una partida de ajedrez, en donde los jugadores se quedaban sin tiempo, y tal vez él sin vida.

—Era broma hermanito, no me pongas esa cara de asustado que se te ve muy gracioso te diré —se disculpó el bastardo riéndose a carcajadas—. Es que de verdad uno de los dos iba a morir esta noche porque he contratado a cocineros de todo el mundo para que vengan a servirme. El día de hoy prepararán otro manjar de los dioses del Olimpo.
—Oye, hermano, casi me da un infarto —reía Leonardo. Reía para no matarlo con sus propias manos.
—Oye, mira, ahí vienen los mozos con tremendos platillos ¿Y sabes qué? ¡Toda la bebida y comida será para nosotros!

—Julián, la cena ha estado maravillosa, ¡qué buenos chefs que has contratado eh!
—Gracias, hermano mío, es hora que hablemos de gallos antes de seguir bebiendo mi gran colección de licores finos de todo el mundo. Son importados y muy caros ¡No te imaginas cuánto!
—… Sí, a eso era para lo que venía.
—Bueno, bueno, vayamos al galpón en donde los crío. Te quedarás asombrado en cuanto los veas.
—¡Vayamos! La curiosidad me carcome, quiero ver a esos gallos tan bravos que tienes.

          Montoya notó que, al llegar al galpón, Julián se estaba quedando medio dormido y eso le alegró, aprovechó la situación y le pidió que le firmara una hoja de papel para dar cuenta de la transacción que estaban a punto de realizar, y así sucedió.
          Julián le mostró cuatro gallos enormes que eran comparables en tamaño al de un niño de tres años, había algo raro en estos gallos, tenían los ojos inyectados en sangre y se veían agresivos, descontrolados. Luego empezó a sentirse mareado y cayó en el suelo no sin antes mirar por última vez a Leonardo, quien esbozaba una retorcida sonrisa en la cara.
Para cuando el bastardo yacía en el suelo y no se movía, Leonardo, en vez de largarse corriendo de aquel lugar con esas bestias plumíferas, decidió acercarse al cuerpo para comprobar si respiraba o no.
          El trato fue un éxito para los dos, Leonardo consiguió que Julián estampe su firma en el documento que le había entregado —aduciendo que la finca volvería a ser de su propiedad—, y el fallecido bastardo defendió lo suyo hasta el último momento: cuatro gallos devoraron a Leonardo Montoya.

         La partida de ajedrez había terminado.








Eusoj Sargav

jueves, 4 de julio de 2019

Delirio andante

En esta excursión
Con vista a la desolación,
Caminábamos en ausencia de rumbo
Inconscientes del consumo abrumador
Figuras yacientes con gesto perturbador,
Aquellas que con martirio
Reciben ofrenda de lágrimas de arena,
Únicas que suplen a un ramo de lirios,
Entregadas con culto al alma en pena,
Negando nuestra ardua existencia,
Siendo víctimas de nuestras culpas
Que son mar bañando nuestra demencia,
Vivimos con sed de escape,
Cuestionando el deseo perseverante
Que nos cure o nos tape,
Sentimos esta respiración latente,
Vana de esencia con vida,
Estamos en tacto recurrente a la verdad,
Quien mira con indiferencia
A la esperanza con inexistencia,
Mientras masticamos
La cruel realidad
Quitando el peso de la cordura,
De esta balanza,
Quien nos trajo aquí
Después de aquella matanza.



Fotografia: Josué Vargas

Dayanna P.S. (MEX)
Eusoj Sargav (PER)

jueves, 27 de junio de 2019

Pan con mantequilla y mermelada

Era el verano del 98’, y un sol tremendo abrasaba los barrios limeños. Tal fue el calor que ni los siempre oportunos y trabajadores heladeros se atrevieron a salir por las calles, todos se iban en hordas a las playas regadas por el circuito de playas de la Costa Verde a vender helados. Se vivía bajo una atmósfera que llamaba a la apatía, flojera y desgano; ese malestar se acentuaba los domingos, en especial, en uno de esos domingos en los que la Lima-limón quemó como nunca antes en los últimos diez años, así que no quedaba más opción que quedarse en casa con los ventiladores o salir a la playa y meterse al agua.
En tanto, Sigfrido, su hermano mayor Matías y sus padres huían de ese maldito sol limeño y de sus playas plagadas de gente, para ir como cada verano a la pequeña casa de playa que tenían en Punta Hermosa. Para cuando llegaron, ya era mediodía del domingo. Los chicos desempacaron las cosas del auto junto a sus padres, para luego preparar una parrillada en el jardín de la casa, que evidentemente se encontraba llena de polvo.


—Sig, Matías, no olviden de limpiar el segundo piso. Yo ya limpié el primer piso junto a su padre, ¡y ojo, pestaña y ceja! Creo que hay ratas en la casa... Huele extraño, así que tengan cuidado. Su padre y yo visitaremos a los Fioravanti esta noche —Indicaba su madre.
—Claro que sí, madre. Anda sin cuidado, que yo no soy el miedoso aquí —dijo el joven Sigfrido, mirando hilarante a su hermano.
—¡Oye tú, deja de mirarme así, que tú eres el miedoso! ¡Qué joda hacer todo esto! Encima que soy alérgico al polvo, nos piden que limpiemos la casa y matemos unas ratas imaginarias que pueden estar con rabia poniendo nuestra vida en riezgo —renegaba Matías a viva voz una vez que su madre no pudiera oírlo.
—¡Ya cállate y vamos al segundo piso! Nos hacemos los que limpiamos un poco, y una vez que los viejos se vayan, ¡nos largamos! ¿Qué te parece, Matías? —Preguntaba Sigfrido con una sonrisa pícara que invitaba a la desobediencia.

          Llegado el momento, los traviesos hermanos salieron de casa sintiéndose culposos por no haber limpiado mucho, pero ya estaban fuera. Solo les quedaba perderse con los amigos del balneario y disfrutar del ocaso mientras disfrutaban del botellón de pisco que robaron de la bodega de sus padres antes de salir de casa.

—Matías, iré a casa, no me siento bien. No le digas a nadie dónde me voy a ir.
—Ándate donde quieras, pero te aviso que Yanitza está armando un fiestón en su casa. Si no vienes te la perderás, además, ¿no te diste cuenta que su hermana está que te mira a cada rato? 
—Uy, no me digas, veré si se me pasa rápido y regreso.
—¿Es que no me escuchaste lo que dije de su hermana? O una de dos, le pareces más feo que la mierda y por eso te mira a cada rato. o en verdad quiere algo contigo.
—Jajaja, ya no jodas. Estaré en su casa a la medianoche —anunció Sigfrido emocionado, tal vez por lo ebrio que estaba.

          Yendo en zigzag, dándose tumbos, apoyándose en las paredes; así fue como Sigfrido llegaba a casa. Faltando una cuadra miraba hacia el garaje. ¿Acaso verificaba si el auto de sus padres estaba estacionado y estos ya habían regresado a casa? Hayan estado o no, el sermón que recibiría él y su hermano al siguiente día era inminente. Tal vez los castigarían limpiando toda la casa, cocinando los almuerzos, limpiando el auto, la vereda de la calle, o podando el jardín. Quizá todo eso iba a pasar.
Sigfrido cruzó la calle y se topó con un hombre que se encontraba mirando la puerta de su vecina Samanta, una ex monja que vivía feliz con un ex sacerdote.


—¡Joven!, ¡joven!, dame algo de comer, tengo hambre —imploraba el hombre al mismo tiempo que extendía su sucia y flaca mano.
—Sí, sí, ahora mismo te traigo algo Gerardo. No demoro.
—¡¿Cómo me has dicho?! —Exclamó el hombre de los harapos.
—Gerardo pues, ¿ese no es tu nombre?
—¡Pero por supuesto, amigo! Oye... Te juro que hace tiempo nadie me llamaba así —con lágrimas en los ojos.
—Tranquilo Gerardo, ahora te traigo algo para comer.
—Gracias, pero ¿Tú quién eres? ¿De dónde me conoces?
—Te conozco desde que yo era un niño.
—¡Ahhhhh! Eres el hijo de la señora Violeta, mucho gusto hermanito. Mírate nomás, ya estás grandote. 
—¡Tú también, Gerardo! Ya vengo. Espérame acá —gritó de alegría el joven que estaba contento por ver a alguien y hacer su buena acción del día.

          Sigfrido, entró como pudo a su casa tratando de no perder el equilibrio y no pasar vergüenza. Tomó un plátano maleño, una mandarina de una canasta del repostero y recogió un pan del suelo al que le untó mantequilla y mermelada. Hecho esto se lo llevó inmediatamente a Gerardo quien ya estaba por doblar la esquina.

—¡Hey, Gerardo! —Gritaba Sigfrido al ver que Gerardo se estaba yendo— Ven, ven, ven. ¡Acá está la comida!

—Gracias joven, muchas gracias. De verdad que te pasaste, me moría de hambre —Se lo dijo llorando y lo abrazó.
A Sigfrido le importó un rábano que el hombre haya estado sucio. Fue uno de los abrazos más sinceros que había podido recibir en la vida.


         Al día siguiente la mamá de Sigfrido, muy asustada pero aliviada de ver a su hijo de vuelta, le preguntó por Matías y sobre qué había hecho con el pan que estaba en el suelo; pues, le explicó que estaba con un potente veneno para ratas.







Eusoj Sargav

jueves, 20 de junio de 2019

El doctor y el viejo

Un anciano ojeroso que yacía en la habitación 207 sostenía temblorosamente un lápiz e intentó escribir algo sobre una hoja. Grande fue su sorpresa cuando noto que ya no podía escribir más, ya había escrito muchos cuentos, se sentía cansado y ya se le habían terminado las ideas. Después de meditar largo rato, hizo un esfuerzo en moverse de su cama y se desconectó.
A la mañana siguiente, cuando el médico de turno entró a la habitación encontró el respirador artificial desconectado, el lápiz y la hoja aún en sus manos ya frías. Muy curioso, se acercó para confirmar el deceso y tomó la hoja atrapada entre sus dedos y la empezó a leer: «este será mi último cuento, el más dramático…». Quedó desconcertado al leer el cuento que narraba el final de un viejo escritor que se aburrió de estar enfermo y sin ideas. 
Viejo loco, por qué no te conocí antes para escuchar tus historias —pensó un tanto agraciado y apenado.
Al día siguiente, la vida del joven y prometedor doctor, Charlie Aragón, dejó de ser la misma. Dejó atrás al quirófano y noches de guardia para dedicarse a la escritura a tieempo completo, llevando con él en todo momento el lápiz del viejo. El resto es historia... una que continuó.

Ilustración hecha por Josué Vargas

Eusoj Sargav

jueves, 13 de junio de 2019

Sin escape, sin dirección


No sabía dónde me encontraba, estaba tremendamente oscuro… Recuerdo que no me podía parar, estaba desorientado, donde mirase no había nada más que negrura, así que decidí empezar a tocar todo a mi alrededor… con cuidado.
Hacía un poco de frío y noté que no traía ropa encima, que el suelo estaba lleno de yerbas o tal vez paja, que el olor que me envolvía era fuerte como el de las granjas, también olía a hierro, a metales oxidados. Eso no me calmó, pero al menos sabía que estaba en una granja (aunque sin animales, creo). Luego empecé a gatear porque no me podía mantener en pie, no sé cuánto gateé, pero choqué con una pared, entonces me puse de pie: primero una pierna, luego la otra. Mientras arrastraba mis pies, había tramos que eran pegajosos, otros no. Seguí así intentando encontrar una puerta para salir, nunca la encontré. Motivos suficientes tenía para entrar en pánico, pero mantuve la calma, siempre frío. Seguí dando vueltas pegado a las paredes de madera —porque tenía mucho miedo de encontrar alguna cosa que me pueda lastimar los pies— eso me hizo sentir más confiado, así que empecé a tocar las paredes con las manos y podía sentir que no estaban cálidas como afuera, lo que me hizo pensar dos cosas, o era de noche, o estaba jodidamente…. No, mejor no pienso eso. Es mejor creer que es de noche y que por algún motivo estaba ahí... ¿Qué pasó?  
Mientras tanteaba las paredes, logré coger algo helado, y era una barra larga dispuesta en horizontal, que asumí que era de metal, —tal vez por eso el olor del ambiente era tan metálico— puse la otra mano sobre la misma e intuí que era una escalera. No pude estar más en lo cierto y empecé a subir. Cuando llegué al nivel superior, y puse las manos y pies en su suelo, me di cuenta que ya era otro tipo de material, tal vez concreto, repetí lo mismo que había hecho abajo para adivinar el lugar en el que estaba, y así fue como encontré una puerta que si se pudo abrir muy fácilmente, sin hacer ruido.
Al estar del otro lado, una luz cegadora me atacaba, pero me adapté al instante y vi en un mueble a un hombre durmiendo con el televisor encendido donde pasaban una novela de blanco y negro. El hombre era muy gordo, aunque enano, lo que lo hacía ver como un barril. Al costado del mueble había una carabina apoyada, es así como la agarré y le disparé en la cabeza a quemarropa. Tuve suerte que estuviese cargada, porque también pudo haber sido una trampa.
Al asegurarme que estuviese muerto, salí de esa sala, verifiqué si había más habitaciones, y este lugar no las tenía. Así que decidí mirar qué había fuera de aquella casucha y me topé con la sorpresa que no estaba rodeado por más casas, solo por un antiguo carro sin puertas estacionado en la puerta pero que en apariencia arrancaba. Me vestí con la ropa que tenía el muerto, tomé las llaves de uno de sus bolsillos y me fui sin rumbo hasta que me dio el amanecer en algún lugar de aquella carretera. Fue entonces que me fui al baño de un grifo y al verme al espejo vi que tenía un largo corte en la cara, me abrí los botones de la enorme camisa para verificar si tenía más cortes que no haya notado, y vi que tenía el tórax bañado en sangre seca —que por suerte no era mía—  me lavé. Obviamente me sentía inquietado por todo aquello, pero fui recordando que, al día anterior, había estado en un bar con hombres del batallón y nos habíamos emparejado con un grupo de mujeres que, según lo que imagino, habrían puesto alguna clase de droga en nuestras bebidas por lo que no recuerdo nada. Tal vez mis compañeros hayan estado en esa especie de depósito, pero tal vez tuvieron otra suerte, ellos murieron, yo no. Ahora no sé qué hacer, acabo de escuchar el chirriar de unas llantas —tal vez de 4 autos— fuera del baño. Las puertas de esos carros han sido abiertas y cerradas de golpe, y están tocando insistentemente la puerta del baño. Esto huele mal, y no lo digo por el baño ¿Debería de abrir la puerta para que me maten o debería de intentar escaparme por la tubería como una rata? Los dados y los naipes ya han sido jugados, tal vez solo estoy algo paranoico, ¿o no?




Eusoj Sargav

jueves, 6 de junio de 2019

Gravemente graveDAD

—Profesor, ¿es consciente de la gravedad de los hechos?
—Sí, claro que lo soy —lo dijo muy tranquilo mirando a la araña en sus telarañas en la esquina de la sala de interrogatorios de la comisaria.
—Pues bien, ahora deseo que me cuente, al detalle, cómo fue que un alumno de su clase cayó desde el tercer piso muriendo al instante. Díganos la verdad. Usted y yo sabemos que es culpable.
—¿Yo, culpable? En primer lugar, me considero una persona incapaz de hacerle daño a alguien, mucho menos a un joven estudiante.
—Nunca lo acusé a usted, profesor —lanzándole una mirada burlesca.
—Solo se lo aclaro, conozco a los de su calaña, señor oficial, no se lo tome como algo personal.
—No me hagas perder la paciencia, pedazo de mierda. Si no fuiste quien lanzó a este muchacho, ¿entonces quién carajos fue si no fuiste tú?
—Le digo que no fui yo, oficial. No creo que sea difícil de entenderlo.
—Entiendo, te vas a pudrir en la cárcel, bastardo. Los testigos alegan que Paul se quedó en clases para hacerte una consulta cuando ya todos se habían ido...
—¿Y qué? —respondió con voz monocorde— Yo le digo que soy inocente, y usted no me cree… así que no encuentro lógico seguir con esta conversación.
—¿Y qué? —el corpulento oficial perdía la paciencia— ¿acaso no entiendes que uno de tus alumnos murió?
—Sí, y lo lamento, pero qué puedo hacer si no fui quien lo lanzó.
—Ah, entonces alguien lo lanzó… Dígame quien fue y lo dejaremos irse.
—No he dicho eso, no tergiverse mis palabras, señor oficial, es usted muy astuto, ¿se lo han dicho?
—Pasará las siguientes veinticuatro horas detenido en el calabozo hasta que se esclarezcan los hechos…

Willy, tienes que huir del país. No sé cuánto tiempo pueda conseguirte. Eso sí, no vuelvas nunca más, y si lo haces, que sea en mucho tiempo. Espero que esta lección te enseñe a controlar tu carácter.
Tu padre que te ama


—Celestino Gosicha, se le acusa de homicidio de primer grado contra el joven Xavier Zapata, el día 13 de setiembre del presente año. ¿Se considera culpable o inocente?
—Señor juez, no traje abogado porque no necesito a nadie para defenderme. Me declaro culpable e inocente, yo no asesiné a nadie, fue la gravedad que lo trajo hasta el suelo.
—Cállese. Queda condenado a cadena perpetua. Señores oficiales, llévenselo.


Las rejas sonaban terriblemente cuando el celador de prisión golpeaba las rejas del viejo, ordenándole  a que se levante.  
—Gosicha, tiene visita —una señora lo busca.
—¿Hijo?, tanto tiempo sin verte…
—Perdóname padre, destruí nuestras vidas.



Eusoj Sargav

Flamenco rojo

  La esperanza se pierde, ¿Respira? A Rubén no le cabía ni un solo grano de arroz más, estaba más que satisfecho, estaba tan lleno de co...