jueves, 22 de agosto de 2019

El doctor de Cracovia


Herr Schwaltz se encontraba caminando una noche en algún lugar de Cracovia[1] camino a casa. Al día siguiente tenía que ejecutar de una serie de experimentos médicos de suma importancia, y no fue, sino después de avanzar unas cuadras que interrumpió su marcha ligera al ver un hombre desesperado con niño en brazos —tal vez buscando un hospital—, es así que no dudó en brindarles ayuda: se presentó diciendo que era doctor y les ofreció que vayan a su casa para que pueda salvarle la vida al niño. Tras una larga noche, les ofreció pozada. Las noches polacas de enero de 1940 eran muy frías.

Al día siguiente Herr Schwaltz ofreció en llevarlos al centro especializado donde el trabajaba para curar al niño. En tanto que el padre por supuesto que aceptó. Una vez en el Kommanderurwagen[2], partieron rumbo a Auschwitz. ¿En realidad lograrían curar al niño?

—¿Padre, tienes idea de por qué nos han encerrado en esta habitación? —preguntaba el niño.
—Claro que sí Piotr, es para que te cures… Es para que te cures… Ya no habrá dolor —conteniendo las lágrimas.
—Papá, pero si me voy a curar, ¿por qué se te escucha tan raro? —decía el niño mirándolo mientras miraba a la puerta de acero que se encontraba en el cuarto— parece que quieres llorar… ¿No crees que ya estás grande para eso?
—… —el padre, enmudecido, abrazó al niño a su pecho y se quebró en llanto.
—¿Por qué no me respondes? Ya no llores, o me pondré triste yo también.
—Lloro de felicidad, ya te curarás, no habrá más dolor y ya dejaremos de huir de los nazis. 
—¿Eso quiere decir que viviremos tranquilos y que veremos al doctor de vez en cuando para que me cure cada vez que me enferme?
—Sí, Piotr, sí. Lo veremos, lo veremos algún día en el infierno.
—No digas eso, ahí no va la gente buena como el doctor Schwaltz y tú.
          El padre seguía sin decir nada y siguió sollozando.
—Papá, la fiebre a vuelto, hace mucho calor en el cuarto.
          El padre ya no decía nada y abrazaba muy fuerte al niño.
—Papá, el cuarto se siente cada vez más caliente y ya estoy sudando mucho, dile al doctor Schwaltz que tengo sed, y por favor, deja de abrazarme tan fuerte que no me estás dejando respirar bien.
          El padre seguía abrazando fuerte al niño.
—Papá, mi cuerpo está ardiendo, me están saliendo heridas —Piotr, el pobre niño enfermo empezaba a quejarse a gritos.
          El padre también se llenaba de llagas, el calor del cuarto bordeaba los 70°C e iba a aumentar cada vez más y más, así que decidió darle un último beso en la frente a Piotr antes de girarle el cuello para que no pase el dolor insoportable que iba a ser estar en un cuarto que iba a sobrepasar los 1000°C hasta desintegrarse.

Padre e hijo no se imaginaron nunca que terminarían en el Konzentrationslager Auschwitz[3]. El padre jamás se imaginó que aquel doctor tan bondadoso y noble, fuese el temido “Hund der Juden[4], hombre que realizaba toda clase de experimentos en humanos. Experimentos que siempre tenían como conclusión: “el experimento fue exitoso, se logró exterminar a los individuos impuros, pero deben de existir otras maneras más económicas de eliminarlos. Se seguirá experimentando.”







Eusoj Sargav



[1] Cracovia, ciudad de Polonia.
[2] Kommanderurwagen, vehículo militar nazi.
[3] Konzentrationslager Auschwitz: Campo de concentración nazi ubicado en Auschwitz.
[4] Hund der Juden, significa “cazador de judíos”.

El precio de robar un corazón

Con ilusión te esperé, 
Al verte fui feliz, 
Los tiempos malos llegaron. 
Del trabajo renuncié, 
Cometí errores de aprendiz, 
Los nervios me fallaron, 
Del corazón enfermé.
Tú seguiste creciendo, 
Se vivía como se podía, 
La muerte asechaba y yo temía.
Hijo, perdón.
Entre tu vida y la mía elegí, 
De nuevo perdón, 
Sin tu corazón no podría vivir. 
La cárcel es fría como el quirófano, 
Tu recuerdo me tortura, 
No sé si pueda seguir.





Eusoj Sargav

jueves, 8 de agosto de 2019

El acto final

Y en eso... En el acto final, la audaz y atormentada acróbata saltó al vacío para ponerle fin a la función... A la función de su vida. 
Una parte del público llamó a los paramédicos quienes se encontraban fuera de la carpa circence, otros no le daban crédito a los que vieron, el desorden y el horror reinaba en el circo; pero ya era demasiado tarde.
La maniobra mortal fue ejecutada con maestría.




Eusoj Sargav

jueves, 1 de agosto de 2019

El director

Leopoldo sabía que su madre salía con el director de su escuela, también era consciente que si aquel idilio se acababa, dejaría de estudiar en aquel colegio limeño de renombre en el que cursaba la secundaria desde hace cuatro años.

El sábado pasado, el osado y pícaro joven de buen porte, había salido con la hermana mayor de Giovanni Carbone, una bella joven de tal vez unos 23 años, a una fiesta de playa. Como era de esperarse, en aquella casa de playa la mayoría de asistentes eran mucho mayores que él. El trago corto y líneas de coca estaban al alcance de todos, los mozos se pasaban por la fiesta repartiéndolos a diestra y siniestra.
Todo iba bien, era la primera vez de Leopoldo en una fiesta de tanta monta y se comportó a la altura de las circunstancias hasta que encontró al director de su escuela besuqueándose con dos voluptuosas mujeres.

Leopoldo nunca supo cómo iba a hacer para desaparecer el cuerpo del director quién yacía en el suelo de la oficina de la dirección. Sus manos estaban manchadas de un rojo brillante y temblaban mientras sostenían el machete con el que su madre solía filetear pescado en su puesto de mercado en el que trabajaba.





Eusoj Sargav

Flamenco rojo

  La esperanza se pierde, ¿Respira? A Rubén no le cabía ni un solo grano de arroz más, estaba más que satisfecho, estaba tan lleno de co...