Precuela (2018): "Feliz año nuevo (Parte I: Siembra)"
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Aquellos que se adentran en el desierto de Sechura para fin de año no se van de picnic ni de fiesta, van con otras intenciones. Además de ser uno de los desiertos más extensos del Perú y el mundo, es un desierto del cual se han oído muchas historias —todas, absolutamente todas trágicas— en las que se habla de sicarios que dejan abandonados los cuerpos de sus víctimas para que se hundan en ese mar de arena o sean devorados por las aves de rapiña, también se dice que hay una base militar con tecnología de mimetización encargada de lidiar con seres de otros mundos que vienen a evaluar a la civilización humana; por último, se encuentran los chamanes que vienen al desierto a invocar seres demoniacos y demás. Habladurías, ¿no es así?
Diciembre
28 del 2020, lunes.
Oigan, ¿ya leyeron la nota que
dejó el chamán en su puerta?
Dice que se va, posiblemente para
no volver, una fuerza del desierto lo está llamando y quiere que quememos su
casa y que sacrifiquemos sus cabras que caminan (también hablan cuando se les
ocurre) por la noche del 30.
Este chamán está loco ¿Por qué se
va justo para fin de año? No es que me importe mucho, pero qué bueno que ya se
largó de nuestro poblado, siempre que lo veía tenía la impresión que más de dos
ojos eran los que me miraban, sentía que me hipnotizaba. Me hacía sentir mucho
miedo el muy pendejo.
Ah, entonces era cierto lo que
decían, ¿no, perrita vieja?: “Al Roberto también le gustan los chamanes, no
solo los jovencitos” Eres un tipo asqueroso, ni el chamán te atracaría; ni
estando borracho hasta su culo.
¡Cállate oye! Que pueden escuchar
lo que dices. Tú sabes que aquí las paredes tienen oídos, la gente es muy
chismosa, envidiosa y malintencionada. Además, no es verdad, ya no me gustan
tan jovencitos… ¡Es un secreto! Además ¿Ya sabes lo que les hago a los sapos?
¿No? Te habrán contado todas estas cotorras lujuriosas del bar: Les arranco la
lengua, pero no por la boca —amenazaba Roberto tocándole el hombro con sus
enormes y gruesas manos, a lo que el frágil “pata de pollo” se sacudió como
pudo y se fue al bar, no sin antes insultarlo con su voz tan chillona.
Diciembre
29 del 2020, martes.
El chamán se había adentrado en
el corazón del desierto con los ojos cubiertos por una venda negra, caminaba
descalzo y encorvado, al lado suyo se encontraba caminando —a dos patas— una de
sus cabras, llevando un cesto misterioso con sus pezuñas delanteras y cantando
algo en un idioma indescifrable para el oído humano.
Después del ocaso, la cabra le
pidió al chamán que se detenga para alimentarlo con eso que había en el cesto. Así
ocurrió, la cabra empezó a acicalar al chamán, y fue cuando todo comenzó.
El chamán, a tientas y jadeante,
empezaba a excavar en el desierto usando solo sus manos —mientras la cabra se
encargaba de abaniquearlo—, siguió así por el lapso de unas tres horas más
hasta que sus manos llenas de yagas chocaron con algo muy duro y que no era una
piedra, a lo que el chamán aulló de dolor y empezaba a bramar al mismo tiempo
en el que la cabra a balar al mismo tiempo que también realizaba cánticos
mirando a la luna, hasta que se puso la misma en la inmensidad del cielo,
alumbrando directamente al hallazgo que realizó el chamán —quién se encontraba
llorando, diciendo que había alumbrado a un hijo suyo. El chamán le preguntó al
cadáver carbonizado por su nombre; a lo que una voz de ultratumba retumbó todo
el desierto.
—Mi nombre es Alfredito.
La cabra comenzó a retorcerse en
la arena y le indicó al chamán que era hora de quitarse la venda; y así fue. De
los ojos del chamán empezaron a brotar gotas de sangre, del cielo también cayó
lo mismo, de tal forma que limpiaron al cuerpo calcinado de lo que alguna vez
fue Alfredito, el niño.
—Hijo mío, haz de erigirte sobre
todos los desgraciados que están enterrados en las entrañas del Sechura ¡Te
ordeno que te levantes! —el cuerpo inerte se empezaba a mover— Hijo mío, haz de
beber de mi sangre: la muerte eterna es la que circula por mis venas ¡Eso es,
eso es! Abre la boca —el cuerpo carbonizado de Alfredito empezaba a obedecer
las órdenes que recibía del hombre, mientras que este le ayudaba a
reincorporarse; paralelamente empezaron a formarse los ojos, los tendones, los
músculos: era carne viva, pero el chamán le ordenó que no se queje— te daré mi
vida tras mi muerte para que llenes a este mundo de desesperación, sufrimiento,
muerte y caos. Sobre todo, a quienes te hicieron esto y te dejaron un hedor de
venganza tan inmenso que lo pude oler desde el poblado en el cual te quemaron
vivo esas bestias alcohólicas dos años atrás.
El montón de carne viva empezó a
calmarse cuando vio que empezaba a aparecerle piel sobre sí mismo —el chamán
continuaba dándole de beber la cicuta que salía de sus venas.
—Alfredito, ¿sabes algo? Te daré
una de mis virtudes, ¿sabes lo que es una virtud? —Alfredito agitaba su cabeza
de lado a lado como intentando decir “no”—. Las virtudes son la disposición que
tiene una persona para obrar de acuerdo con determinados proyectos ideales,
tanto personales como colectivos, como el mal, la mentira, la venganza, el
hurto, entre otros tantos.
Las “virtudes”, mis “virtudes” se
oponen a la bondad del ser humano, que no es más que una bestia que se trata de
engañar sin mucho éxito ¿Sabías que solo buscan egoístamente su supervivencia
sin importarles el bienestar de su prójimo? El humano no es muy diferente a ti
o a mí, son cosas que nacieron malas, pero hay algo, a lo que se le llamó
sociedad desde hace mucho tiempo que regula el comportamiento, costumbres y
demás de las personas para que vivan en paz entre sí para que, los fundadores,
se vean beneficiados en esta pirámide de humanos, de demonios.
Así como se la di vida a tus hermanos que se encuentran regados por el mundo
desde el origen de los tiempos; te daré una de mis “virtudes” más apreciadas como
poéticas, una “virtud” que desde la óptica de la sociedad la llamarían
“justicia”: tuya será la venganza, te vengarás de todas las personas que te
hicieron lo que te hicieron en aquella noche fatídica, asimismo escucharás las
súplicas de quien sufre y cobrarás su venganza a cambio de parte de su alma.
Serás una criatura vengadora, llena de indignación y con sed de sangre
descontrolada hacia tus adversarios, tienes el derecho de llevarte la vida de
los familiares de quienes no te rindan el tributo prometido tras consumir su
venganza. Haz de cumplir tu palabra cada vez que un alma azotada busque en ti
un refugio de venganza, rencor y odio; esa es tu misión de vida y muerte. Como
verás, la virtud que te di es una gran responsabilidad ¿Crees poder cargar por el
resto de los días de la humanidad, el día en el que todos los humanos recurran
a ti para matarse entre sí clamando venganza a viva voz? —preguntó el agónico
chamán a Alfredito quien ya había resucitado.
—Juro solemnemente hacer sufrir
hasta el último aliento a quienes me hicieron sufrir, después de muertos profanaré
sus cuerpos y se los ofreceré a las aves de rapiñas para que se den un banquete
de gente muerta en el jardín de las delicias, Sechura —dijo Alfredito, un
apuesto y seductor hombre— ¡Viejo! ¿Por dónde está mi amado poblado?
El chamán no consiguió decir
nada, solo era un saco de huesos molidos, pero murió con una sonrisa de
satisfacción en la cara. Cuando cayó al suelo tenía los brazos extendidos hacia
el sur. La cabra se acercó hacia el chamán y empezó a devorárselo ávidamente
mientras observaba a Alfredito.
—Recuerda que existes gracias a
mí, yo no tengo inicio ni fin, soy eterno como el universo mismo, este chamán
era solo uno de mis hijos que rigen en los mundos por los que he pasado desde
el origen de los tiempos. No me decepciones, hijo mío —dicho esto, de la
espalda de la cabra salieron unas extremidades, que en realidad eran alas, alas
con las que partió rumbo a la luna.
Alfredito se quedó pensativo dos
noches y un día hasta que se decidió partir al poblado que se encontraba al sur
de Sechura.
Diciembre
31 del 2020, jueves.
—Oye bigotón, ¿jalamos al
colorado que está en la carretera?
—Haz lo que quieras, Pedro, es tu
camión, no me jodas y déjame dormir.
—Siempre tan malhumorado, bigotón
imbécil.
—¡Calla el hocico!
El hombre que se hallaba en la
carretera dirigió la vista hacia donde se encontraba el camión y levantó la
mano, agitándola como para que le den un aventón en su viaje.
—Habla colorado, ¿pa’ onde te
vas? —preguntó amablemente don Pedro.
—Hay un poblado al sur, no muy
lejos de acá, es un poblado que se encuentra al pie de una carretera. No sé si
usted conozca…
—¿Cómo que no conozco? ¿Acaso
crees que estas canas son por las puras? Sube, sube, nomás colorado. Siempre
voy a ese poblado cada fin de año para dejar mercadería como pirotécnicos… ya
sabes, cosas.
—Perfecto, discúlpeme si lo
ofendí, don Pedro, a lo mejor el calor me está afectando la cabeza —dijo riendo
el hombre, mientras subía a la cabina del camión, sentándose justo entre don
Pedro y Sancho “bigotes”.
—Oye ¿Y tú cómo sabes mi nombre?
¿Quién eres?
—Supuse que usted es don Pedro, ¿ese
no es el nombre del camión? Soy un viajante que quiere encontrar un lugar en el
cuál me pueda divertir, ya sabe usted… hacer maldades ja, ja, ja. Mi nombre es
Alfred. Un gusto conocerlo a usted y a su compañero. Me encargaré que no
descansen en paz.
—¿Qué cosa? —preguntó casi
gritando el bigotón.
—Quise decir que no permitiré que
se duerman o nos chocaremos con otros camiones…