No más viajes por todo el mundo,
no más buena comida, no más vestidos de diseñadores de moda franceses, no más
empleados ni empleadas, no más chofer, no más nada. No más viejo verde que haya
sido un criminal de guerra nazi al cual cuidar, al fin nada. Y así es como me
dejó este viejo bastardo, prácticamente sin nada. El muy infeliz había
modificado el testamento días antes de morir, dejándome solo la casa en la que
vivió sus últimos días en Santiaguito —eso sí, una muy bonita— en el barrio de
Vitacura[i]. Todo mal, no más nada.
Sí más estrés, sí más hambre, sí
más deudas con los vecinos, sí más sobres de los bancos que se acumulaban
semana tras semana bajo mi puerta. Esos sobres, esos malditos sobres llenos de
saldos negativos, siempre terminaba rompiéndolos en mil pedazos y a medida que
los rompía, sentía que era yo la que me rompía, y todo terminaba en llanto
ahogados por el licor de la bodega del viejo —o de lo que quedaba de ella—, sí
más desgano, sí más cansancio, sí más insomnio, sí más mi fiel perro desnutrido.
Eso era lo que más me dolía, mi fiel perro de lo que era un fino perro
regordete, ahora era no más gordo que un perro callejero que es más hueso que
perro. Había días en los que no alcanzaba dinero para la comida y Naranjo lo
sabía, lo bueno es que siempre se portaba bien, en ocasiones cuando ya no daba
más con mi vida —y al parecer el pobre perro tampoco— le daba de beber del vino
más italiano que tenía y nos emborrachábamos je je, tal vez por ello fue un día
que Naranjo enfermó, y cuando lo llevé al veterinario para que le traten de
salvar la vida, ya era demasiado tarde, Naranjo había dado su último suspiro.
De todos modos me cobraron la consulta los muy hijos de puta. Al día siguiente,
llegó una notificación más de embargo de la casa, al día siguiente me cortaron
la luz y a la semana que le siguió, ya había empezado el crudo invierno.
Pasó un mes para que embarguen la
casa y tan solo un día en el que viví en la calle para que haya sido internada
de emergencia en la clínica alemana de Santiago.
Solo quise ser feliz, nunca supe
cómo.
Eusoj
Sargav
[i]
Vitacura, barrio chileno considerado uno de los barrios más caros para vivir en
todo Chile y Latinoamérica.
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