jueves, 11 de julio de 2019

Cuatro Gallos


Julián, mi hermano bastardo, acaba de invitarme a mi propia finca… ¿Es que acaso no tiene sangre en la cara como para hacer eso? ¿Cómo se le ocurre? Esa finca no le pertenece a ese sucio ¡Esta invitación es una burla tremenda! Pero no importa… no importa, hablaremos de negocios: él me venderá los mejores gallos de pelea de la provincia a un “precio módico” de unos cuantos miles de dólares. Es una oferta que no puedo rechazar, “una oferta familiar” dice él… “de hermanito a hermanito” …Tremendo aprovechado, convenció a mi padre para que le deje como herencia la finca, para así “poder enmendar sus errores” y poder descansar tranquilo, y ¡vaya que lo consiguió! El resto ya es historia, es así como tan solo me quedé con el galpón del viejo y una casucha a medio acabar.
¿Cree que puede llamarme hermano habiendo tomado la finca que me pertenecía? Mi padre jamás ni nunca me dijo que tenía hijos regados en esta ciudad. En fin… no importa, hoy veré a “mi hermanito” y correrá dinero.

Eran las ocho de la noche cuando Montoya llegó a la finca de su hermano. Lo hicieron pasar unos guardias muy corpulentos, bajó del auto y una bella dama lo abordó y le pidió que la siguiera para que pueda verse con el señor Julián quien lo estaba esperando con una cena especial al pie de la pequeña laguna en donde jugaban con gracia unos cisnes negros.

—¡Hermanito Julián qué bueno verte después de tiempo!
—Leonardo Montoya, el hombre más conocido de la ciudad ¡Cuánto tiempo sin ver
nos!
—Así es, mi estimado, no nos vemos desde el entierro del viejito ¿Te acuerdas?
—Sí, fue un día tristísimo, lloré desconsolado al saber que ese hombre que me dio la vida se iba de la misma ¡Cuánta injusticia! Se fue justo cuando estábamos recuperando el tiempo perdido.
—Así es la vida, querido hermano, la muerte llega cuando menos te lo puedes imaginar ¿Lo sabías?
—Así es, esta puede ser nuestra última cena, mi adorado hermanito.
—¿Pero por qué dices eso? —preguntó Leonardo sintiéndose nervioso puesto que pensó haberse vendido antes de tiempo.
—Porque uno de los dos esta noche va a morir —diciéndolo bastante serio y mirándolo con sus ojos pardos a los suyos.
         
          Montoya había palidecido y se llenó de furia, porque pensó que el golpe iba a dárselo él, no al revés. Era una conversación muy tensa, como una partida de ajedrez, en donde los jugadores se quedaban sin tiempo, y tal vez él sin vida.

—Era broma hermanito, no me pongas esa cara de asustado que se te ve muy gracioso te diré —se disculpó el bastardo riéndose a carcajadas—. Es que de verdad uno de los dos iba a morir esta noche porque he contratado a cocineros de todo el mundo para que vengan a servirme. El día de hoy prepararán otro manjar de los dioses del Olimpo.
—Oye, hermano, casi me da un infarto —reía Leonardo. Reía para no matarlo con sus propias manos.
—Oye, mira, ahí vienen los mozos con tremendos platillos ¿Y sabes qué? ¡Toda la bebida y comida será para nosotros!

—Julián, la cena ha estado maravillosa, ¡qué buenos chefs que has contratado eh!
—Gracias, hermano mío, es hora que hablemos de gallos antes de seguir bebiendo mi gran colección de licores finos de todo el mundo. Son importados y muy caros ¡No te imaginas cuánto!
—… Sí, a eso era para lo que venía.
—Bueno, bueno, vayamos al galpón en donde los crío. Te quedarás asombrado en cuanto los veas.
—¡Vayamos! La curiosidad me carcome, quiero ver a esos gallos tan bravos que tienes.

          Montoya notó que, al llegar al galpón, Julián se estaba quedando medio dormido y eso le alegró, aprovechó la situación y le pidió que le firmara una hoja de papel para dar cuenta de la transacción que estaban a punto de realizar, y así sucedió.
          Julián le mostró cuatro gallos enormes que eran comparables en tamaño al de un niño de tres años, había algo raro en estos gallos, tenían los ojos inyectados en sangre y se veían agresivos, descontrolados. Luego empezó a sentirse mareado y cayó en el suelo no sin antes mirar por última vez a Leonardo, quien esbozaba una retorcida sonrisa en la cara.
Para cuando el bastardo yacía en el suelo y no se movía, Leonardo, en vez de largarse corriendo de aquel lugar con esas bestias plumíferas, decidió acercarse al cuerpo para comprobar si respiraba o no.
          El trato fue un éxito para los dos, Leonardo consiguió que Julián estampe su firma en el documento que le había entregado —aduciendo que la finca volvería a ser de su propiedad—, y el fallecido bastardo defendió lo suyo hasta el último momento: cuatro gallos devoraron a Leonardo Montoya.

         La partida de ajedrez había terminado.








Eusoj Sargav

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