Julián, mi hermano bastardo, acaba de invitarme a mi propia
finca… ¿Es que acaso no tiene sangre en la cara como para hacer eso? ¿Cómo se le
ocurre? Esa finca no le pertenece a ese sucio ¡Esta invitación es una burla
tremenda! Pero no importa… no importa, hablaremos de negocios: él me venderá
los mejores gallos de pelea de la provincia a un “precio módico” de unos
cuantos miles de dólares. Es una oferta que no puedo rechazar, “una oferta
familiar” dice él… “de hermanito a hermanito” …Tremendo aprovechado, convenció
a mi padre para que le deje como herencia la finca, para así “poder enmendar
sus errores” y poder descansar tranquilo, y ¡vaya que lo consiguió! El resto ya
es historia, es así como tan solo me quedé con el galpón del viejo y una
casucha a medio acabar.
¿Cree que puede
llamarme hermano habiendo tomado la finca que me pertenecía? Mi padre jamás ni
nunca me dijo que tenía hijos regados en esta ciudad. En fin… no importa, hoy
veré a “mi hermanito” y correrá dinero.
Eran las ocho de la noche cuando
Montoya llegó a la finca de su hermano. Lo hicieron pasar unos guardias muy
corpulentos, bajó del auto y una bella dama lo abordó y le pidió que la
siguiera para que pueda verse con el señor Julián quien lo estaba esperando con
una cena especial al pie de la pequeña laguna en donde jugaban con gracia unos
cisnes negros.
—¡Hermanito Julián qué bueno verte después de tiempo!
—Leonardo Montoya, el hombre más conocido de la ciudad ¡Cuánto
tiempo sin ver
nos!
—Así es, mi estimado, no nos vemos desde el entierro del
viejito ¿Te acuerdas?
—Sí, fue un día tristísimo, lloré desconsolado al saber que
ese hombre que me dio la vida se iba de la misma ¡Cuánta injusticia! Se fue
justo cuando estábamos recuperando el tiempo perdido.
—Así es la vida, querido hermano, la muerte llega cuando
menos te lo puedes imaginar ¿Lo sabías?
—Así es, esta puede ser nuestra última cena, mi adorado
hermanito.
—¿Pero por qué dices eso? —preguntó Leonardo sintiéndose nervioso
puesto que pensó haberse vendido antes de tiempo.
—Porque uno de los dos esta noche va a morir —diciéndolo
bastante serio y mirándolo con sus ojos pardos a los suyos.
Montoya había
palidecido y se llenó de furia, porque pensó que el golpe iba a dárselo él, no
al revés. Era una conversación muy tensa, como una partida de ajedrez, en donde
los jugadores se quedaban sin tiempo, y tal vez él sin vida.
—Era broma hermanito, no me pongas esa cara de asustado que
se te ve muy gracioso te diré —se disculpó el bastardo riéndose a carcajadas—.
Es que de verdad uno de los dos iba a morir esta noche porque he contratado a cocineros
de todo el mundo para que vengan a servirme. El día de hoy prepararán otro
manjar de los dioses del Olimpo.
—Oye, hermano, casi me da un infarto —reía Leonardo. Reía
para no matarlo con sus propias manos.
—Oye, mira, ahí vienen los mozos con tremendos platillos ¿Y
sabes qué? ¡Toda la bebida y comida será para nosotros!
—Julián, la cena ha estado maravillosa, ¡qué buenos chefs que
has contratado eh!
—Gracias, hermano mío, es hora que hablemos de gallos antes
de seguir bebiendo mi gran colección de licores finos de todo el mundo. Son
importados y muy caros ¡No te imaginas cuánto!
—… Sí, a eso era para lo que venía.
—Bueno, bueno, vayamos al galpón en donde los crío. Te
quedarás asombrado en cuanto los veas.
—¡Vayamos! La curiosidad me carcome, quiero ver a esos
gallos tan bravos que tienes.
Montoya notó que,
al llegar al galpón, Julián se estaba quedando medio dormido y eso le alegró,
aprovechó la situación y le pidió que le firmara una hoja de papel para dar
cuenta de la transacción que estaban a punto de realizar, y así sucedió.
Julián le
mostró cuatro gallos enormes que eran comparables en tamaño al de un niño de tres
años, había algo raro en estos gallos, tenían los ojos inyectados en sangre y
se veían agresivos, descontrolados. Luego empezó a sentirse mareado y cayó en
el suelo no sin antes mirar por última vez a Leonardo, quien esbozaba una
retorcida sonrisa en la cara.
Para cuando el bastardo yacía en
el suelo y no se movía, Leonardo, en vez de largarse corriendo de aquel lugar
con esas bestias plumíferas, decidió acercarse al cuerpo para comprobar si
respiraba o no.
El trato fue
un éxito para los dos, Leonardo consiguió que Julián estampe su firma en el
documento que le había entregado —aduciendo que la finca volvería a ser de su
propiedad—, y el fallecido bastardo defendió lo suyo hasta el último momento:
cuatro gallos devoraron a Leonardo Montoya.
La partida de ajedrez había terminado.
Eusoj Sargav