miércoles, 31 de marzo de 2021

Thoth: gaviota o humanoide, fantasía o realidad

           Eigna, como siempre, cargaba un buen puñado de cuarzos, inciensos, atrapa sueños y otras cosas más, y no dejaba de pronunciar palabras ininteligibles para Celso, en tanto este pensaba que las palabras lo acosaban y se refugiaba detrás de un arbusto, posiblemente dentro desde su perspectiva.

          Ya había llegado la segunda hora, y se había aparecido ante nosotros, estupefactos, claro que síun ave que podría recibir la connotación de legendaria, tal y como había predicho Eigna. Las aves místicas se presentan solo una vez cada lustre de constante invocación —finalmente, Eigna lo había conseguido tras muchos rituales: la invocación había sido un éxito rotundo—, pero a decir verdades, dicho lugar en el que nos hallábamos se caracterizaba por el constante tránsito de gaviotas que jugaban entre sí en el cielo, dibujando posiciones del Kama Sutra en ese espejo celeste con nubes que reflejaba al mar.

Un momento… el mar reflejaba al cielo y a las gaviotas que alegre e inocentemente hacían con las trayectorias de sus vuelos a la figura invertida número ciento dos. No entendía qué sucedía, pero el ave parecía que quería comunicarse con alguien… podría ofrecerme de intérprete prestándole un momento mi alma mediante transfusión ¿Por qué no? Si ocurriría eso, ¿desaparecería al instante?

 

          —Celso, te presento al dios Thoth —hablaba Eigna de manera solemne—… obsérvalo, nos ha venido a proteger de la contagiosa ignorancia, admira su grandeza ¡No es como las otras aves! Mira detalladamente su ojo izquierdo… ¿Consigues ver lo que yo veo? No sé si sea así, pero necesito que le rindamos culto en este preciso instante.

          —Sí, ¡qué bonita es esa ave! Perdón, quise decir divinidad… Thoth, tu presencia es imponente, tu larga cabellera destella como los rayos del sol y tu mirada causa fervor entre tus aliados —desvariaba Celso, mirando al ave con detenimiento, tal vez.

El ave miraba al par de perturbados de forma indiferente mientas caminaba al borde del precipicio dando pequeños brincos de tanto en tanto y agitando las alas cuando se aburría.

         

          Al pasar otra hora más, el ave seguía encantando o dejándose encantar por nosotros… era divertido, un ser divino de cabelleras resplandecientes como el sol, al que Eigna solía adorar y decir —erróneamente— que era un ave. Aún ahora, sigo insistiendo que Thoth era una persona, y si no lo fuera, era un humanoide fornido y hercúleo de torso bronceado que se nos apareció —recordaba Celso, una y otra vez, intentando desaparecer lagunas, esas lagunas mentales que lo tornaban todo borroso.

Perdonen, perdonen, no quise decir, o escribir aquello… Celso no quiso hacerlo, yo no quise hacerlo. Yo, Celso, soy quien también narra la historia. Lo que quise mencionar fue de cómo cada personaje de las películas o series de narcotraficantes que había visto en mi vida, se colocaban en fila india tras Eigna y yo, o sea, Celso.

          —¡Celso! ¿También lo ves? Nos está hablando y me ha dicho que nos quiere transmitir todo el conocimiento de Alejandría, de los vivos y los muertos. Thoth lo sabe todo, pero ha de ser terrible saber tanto… esto nos va a conducir al suicidio en 25 horas, tendremos una sobredosis de conocimiento y se nos freirá el cerebro.

          —Eigna, lo único que veo es que estamos acompañados con chulos, capos y lords… me preocupa que estén aquí, nos podrían traer problemas.

          —Sí, siento la presencia de ellos, no sé con exactitud cuántos son, pero rodean los cuarenta y nueve, son energía como tú, como yo, como Thoth, como el inicio y el fin. El todo y la nada —sentenciaba Eigna mientras a Celso le daban vueltas los ojos como tragaperras en tanto asentía con la cabeza mirando a Thoth sabe dónde...

 

          Al principio el socializar con estos nuevos amigos fue complicado, pero al cabo de tres segundos de haberlos visto, nos habíamos vuelto amigos todos. Ya era demasiado tarde cuando empezaban a surgir de la tierra unas manos huesudas que rascaban y rascaban, intentando salir de sus tumbas clandestinas del malecón como dé lugar. Más allá se aproximaban cazadores nazis aliados con la policía local vistiendo taparrabos y pasamontañas para buscar a sus víctimas favoritas, pero a falta de ello vendrían por nuestros amigos. Estaba asustado, evidentemente, también pagaríamos los platos rotos y seríamos privados de absoluta libertad por el resto de la vida, de la eternidad, del inicio y el fin, como lo es el gran Thoth, amo de la infinita sabiduría cósmica.

 

          —Eigna, escúchame, no gires el cuello, pero te informo que vienen hacia nosotros oficiales eunucos y nazis con perros de tres cabezas, ¡helicópteros! ¡Nos están alumbrando! ¡Nos están disparando! ¡Bajemos las cabezas, nos están agrediendo!—repetía sin parar el aterrado Celso.

          —Querido, mantén la calma y acércate a mí, Thoth nos quiere decir algo al oído.

 

          Celso, el humanoide de cabellera resplandeciente ­—que tantas veces Eigna decía que era un ave—, se había ofrecido a salvarnos de esas calamidades surrealistas que atentarían contra nuestras vidas. Lo que él pudo hacer fue volvernos unos humanos muy pequeños con el solo chasquido de sus dedos… lo suficientemente pequeños como para poder vivir en un arbusto tan parecido al arbusto en el cual me escondía en un comienzo, o Celso, o nosotros dos (Celso, y yo: el Celso narrador), eso último fue lo que pensé.

Lo que verdaderamente pasó fue que ya habían transcurrido al menos nueve semanas desde que Celso y Eigna se acostumbraban a su nueva vida de personas diminutas que habitaban en cajas de fósforos y de tabaco. La vida en estos inmuebles era genial, nunca faltaba el alimento. Así pasaron los días, días demenciales, ocultos.


Hacía un buen día que prometía un sol agradable, cero precipitaciones, y la pareja de seres sabios amanecía una vez más con el soplido de los vientos del mar trepándoles las entrepiernas, acurrucados entre sí, meciéndose en una hamaca dorada.

Gracias, Thoth.

 


 


 

 

Eusoj Sargav

Flamenco rojo

  La esperanza se pierde, ¿Respira? A Rubén no le cabía ni un solo grano de arroz más, estaba más que satisfecho, estaba tan lleno de co...