NOTICIA: “DOS RATAS GEMELAS, GORDAS Y GRANDES, UNA
ROJA Y OTRA AZUL, IRRUMPEN RESTAURANTE TAIWANÉS Y OCASIONAN DESTROZOS.”
Dos políticos
intercambiaban ideas acerca de las recompensas por el servicio público, llámese
cobre de impuestos excesivos, generación de leyes inútiles, lobbismo, y quién
sabe qué más.
Pasado un rato, y también
pasado varios tragos cortos de más, tuvieron una acalorada discusión sobre las
flaquezas de sus sendas y muy marcadas filiaciones políticas: llámese extrema
derecha e izquierda. Ambos sabían que era un juego de poder, un teatro barato
de plazuela, un exhibir de máscaras mal pintadas lo que se mostraba al pueblo,
que bajo sus propias convicciones seguían fervorosos a estos dos políticos, que
ante la prensa se la tenían jurada y decían ser antagonistas a muerte.
—La recompensa que yo más deseo
—dijo el primer político— es la gratitud de mis conciudadanos. Todo debe de ser
justo. Todos merecemos los mismos derechos, los mismos sueldos. Debe de existir
igualdad y desaparecer la pobreza —dijo esto exaltadísimo estrellando una
botella de Kavalan Single Malt Whisky[1] contra el suelo.
—Eso sería muy gratificante sin
duda —dijo el segundo político— pero es una lástima que con el fin de obtenerla
tenga uno que retirarse de la “política”. Además, si existiera la igualdad de
clases como dices, todos recibiríamos los mismos sueldos, tú, yo, los
profesores y los barrenderos… ¿en realidad quisieras eso, so baboso? —dándole
unas palmaditas en la espalda a su roedor amigo.
Por un instante se
miraron uno al otro, con inexpresable ternura —como dos niños que comparten una
travesura de las que creen que no se enterarán sus padres—; luego, el primer
político exclamó:
—¡Que se haga la voluntad
del Señor! Ya que no podemos esperar una recompensa, démonos por satisfechos
con lo que tenemos… Lo mucho que tenemos y tendremos. ¡Salud por eso! ¡Carajo!
—Jajaja, ¡salud! Sabemos
que el Señor ****** nos favorece manejando el dinero de la nación a nuestro
antojo, pues cuñado.
—Sí, ya sabes, hay que
darle su tajada de pastel con harrrrta crema para que no nos embarre.
—Lógicamente, hermanito.
Si es que algún día la prensa, esas moscas hambrientas que rondan alrededor de
nuestras cagadas, se llegase a enterar, nosotros no nos vamos solos, el Señor
****** también se embarrará con la tajada de torta que le dimos.
Después de llamar al Señor ******, juraron darse por satisfechos esta
vez.
—¡Vámonos de este restaurant de
mierda! La comida estuvo fea.
—Nos vamos, querido enemigo.
Eusoj
Sargav
Este relato es una adaptación de “Los dos políticos” de Ambrose Brice.