jueves, 28 de marzo de 2019

Viajes astrales en la Residencial San Felipe

Otra calurosa tarde de verano que me aturdía y asfixiaba de camino a la residencial. Y pensar que era el más animado en que sea verano y pedir unas merecidas vacaciones (renunciar y ver cómo sigo pagando el departamento). Deseaba ir a la playa todos los días, caminar ligero de vestiduras —la ropa del trabajo de verano me mata—, tomar, tomar limonada frozen. Tomar. Hacer todas esas cosas que se hacen en verano. Y he aquí este verano no tan limeño que hace que uno se rostice en un dos por tres ni bien se da diez pasos por las calles, y no, no exagero. ¡Ni qué hablar de las noches taaaan calurosas! En definitiva, toda una reverenda mierda. Pero bueno, es mejor que deje de quejarme y llegue al departamento para tumbarme en el piso y ahogarme con trago barato (ya llegarán mejores tiempos), eso sí, bien helado para extinguir este calor infernal.
Tras varios intentos por conciliar el sueño, Calico se quedó dormido rodeado de botellas de cerveza, unas rodando por el suelo, otras vacías sobre el mueble de la sala, y otras semillenas, o semivacías... Es cuestión de cómo se le vea, ¿no es así?
          Sin darme cuenta, el sol ya se ocultaba entre un par de edificios no muy altos que quedaban frente a un parque, pero aun así, había la suficiente luz como para ver con nitidez los detalles del camino, pedazos de globos de carnaval por el suelo que tal vez bañaron por completo a alguien de a pie (con un poco de mala suerte), que tal vez iba a alguna reunión de negocios, a alguna cita en el Policlínico Peruano Japonés o la clínica San Felipe ubicados a una nada de la Residencial San Felipe, o tal vez a una reunion fortuita con su amante. El asunto es que se veía todo.
          A medida que me internaba en este laberinto de viviendas, sentía más calor, obviamente era la fatiga del día a día después de un largo día fuera de casa. En el camino me topé con cuatro amigos del barrio: Ricolino Rossi, trompetista de funerales y de una agrupación de ska. Ricolino era muy hábil cuando se trataba de hacer sonar algo que se acercase a la boca. Hablamos sobre asuntos de la podrida política peruana, de autos, y música urbana, que era nuestro vacilón. Seguí caminando con Ricolino —íbamos a beber ni bien llegásemos a mi piso—, y me encontré con Andrew, un sujeto muy alto que solía robar focos a donde iba. Le ofrecimos ir a beber a mi departamento y aceptó. Ya éramos tres locos caminando por los laberintos de la Residencial San Felipe. Después de caminar cierto tramo, nos encontramos a Pao Lo, hijo del dueño del único chifa del barrio, vimos que tenía consigo un par de gatos. Sin que le preguntásemos nada, algo nervioso, nos dijo que esos gatos los iba a adoptar porque le gustaron, y se marchó por otro lado a seguir buscando mininos así de rechonchos como los que llevaba en brazos. No se marchó, desapareció. Y por último nos encontramos con Gampi Sánchez, quien se unió al grupo después de contar unos chistes que daban risa por lo malos que eran.
En esta curiosa tarde que se iba oscureciendo poco a poco, encontrábamos cada vez más calles nuevas que se entrecruzaban entre sí cada vez más, lo que convertía al lugar en un verdadero laberinto en el que el mismísimo minotauro se hubiese perdido. No sé si solo yo, pero el ambiente se hacía cada vez más pesado a medida que avanzábamos, los verdes arbustos que estaban a ambos lados de nosotros cada vez se hacían más pequeños, o se iban quedando sin hojas hasta convertirse en grises ramas secas que salían de la tierra, como si fueran manos de muertos que quisieran salir de sus ataúdes después de mucho tiempo. Otro fenómeno fuera de lo normal ocurría, el sol nunca termino de ocultarse, se quedó suspendido el horizonte, solo dejándose ver por la mitad. Estaba un tanto consternado: ¿O la tierra dejó de girar, la tierra dejó de moverse, o estamos todos colocados e idiotas? Ninguna de estas preguntas era la correcta. Lo que ocurría era muy real.
          Los edificios que pasábamos, se veían despintados —unos más que otros—, y sus jardines parecían selvas de paja. Mis amigos no se daban cuenta de lo que ocurría a nuestro alrededor y seguían campantes como si nada estuviese pasando. ¡Qué alarmante! Esto me daba muy mala espina. La última persona con la que me encontré, fue con Valeria, e insistí en que regrese a casa porque vivía muy lejos y ya estaba oscureciendo —la tierra recuperó sus naturales movimientos de rotación y traslación. No se me ocurrió excusa más estúpida.
          Calico volvió a pasar por lo mismo al día siguiente, las ensoñaciones que tenía, eran una copia fiel del día anterior, aunque esta vez, el camino por el que iba caminando con sus amigos, estaba con toda clase de artimañas, barro, rocas y colillas de cigarro. Sus amigos seguían sin darse cuenta de lo que pasaba, el único que se daba cuenta de todo era Calico. Después de seguir caminando por unos veinte minutos en aquel laberinto, se volvió a encontrar con Valeria, la única diferencia es que en esta ocasión se besaron, Valeria se fue. Todo siguió casi igual al día anterior hasta antes de doblar la esquina. Una vez hecho eso, Calico se sintió mareado, el hedor del lugar era terrible y unas voces que no eran de sus amigos le pedían que camine en dirección al edificio más grande y horrible del lugar, que estaba en decadencia por increíble que fuese. Calico prosiguió su marcha, contra vientos pestilentes y sus mareas nauseabundas, hasta que se topó con Pao Lo, quien ya no llevaba los felinos consigo, decía que se encontraba satisfecho porque recién había podido almorzar "carnecita", y se encontraba de buen humor, así que decidió enrolarse al grupo sin saber que terminarían entrando al edificio que se veía en ruinas. Tenía unas puertas inmensas, tan altas eran, que tan solo Andrew podía llegar a alcanzar la manija para abrir la puerta del edificio para gigantes. Después que entraran los cinco amigos, la puerta se cerró violentamente sin que ni uno de ellos lo haya hecho, el grupo trataba de mantener la calma y el buen humor, todo iba bien mientras estaban en el primer piso, el piso de recepción: Se hablaba del trabajo, el desempleo, las faltas de oportunidades, de mujeres y de whiskys escoceses y taiwaneses. Ricolino Rossi, había dejado el grupo, y deambulaba por toda la primera planta observando y apreciando las obras de arte que colgaban de las paredes, unas más costosas que otras. Cada obra de arte era más grotesca que la anterior, y cada una tenía mensajes más fuertes, siguió observando los cuadros y se desmayó del espanto. En una aparecía a una persona parecida a Calico amarrado a un bloque de concreto bajo el mar —evidentemente muerto—, a Gampi Sánchez siendo devorado por gallinazos sin plumas, a Andrew, el gigante, en otra situación muy escabrosa, y a Pao Lo, el hijo del dueño del chifa del barrio, convertido en croqueta para gatos. Toda una desgracia. Era obvio que era un edificio maldito, del cual intentaron escapar los muchachos presos del susto después de ver las macabras escenas, y nunca pudieron salir, viéndose aplastados por la oscuridad que inundaba y desgraciaba todo a su paso.

Cuando Calico me lo contó por primera vez, no podía comprender cómo es que me decía que me soñaba, si no nos veíamos hace cuatro años. No lo entendía, hasta donde yo sé, los sueños reflejan parte de nuestro subconsciente —pensaba, muy inquieta, Valeria, mientras se cepillaba su larga cabellera castaña de pomo.
Habiendo reflexionado por largas horas, Valeria comprendió que era lo que pasaba con Calico, su alumno de las proyecciones astrales… Ese carácter protector hacia ella, esa descripción tan acre del lugar, la muerte de los arbustos a su paso, el ambiente pesado, ese fallo en el tiempo. Todo indicaba que Valeria debía de acudir en su auxilio: Calico sufría, mas los motivos no los sabía, no obstante, ya sería demasiado tarde para ayudarlo si no hacía nada al respecto esta noche.
Valeria, al anochecer, hizo el ritual de proyección astral, se despegó de su cuerpo físico, y fue volando hasta la Residencial San Felipe, hasta el lugar donde Caico le dijo que la había encontrado. Y así sucedió, Se encontró con Calico, tal y como él se lo había narrado. Solo que esta vez decidió no hacerle caso —alteró la secuencia del sueño de Calico, no se retiró de la residencial y lo siguió a escondidas hasta el edificio en el que se internó.
Valeria, gran viajera de los sueños, habitante de los planos físicos y astrales, sabía que los sueños son constructos irracionales no lógicos, que los seres humanos experimentan, en tanto, en el mundo onírico, todo era posible, tanto como el creador del sueño en sí, como para los intrusos de este. Así que entró por un ducto de ventilación que se encontraba a la espalda del derruido edificio. Una vez dentro se dio cuenta de la intención autodestructiva de Calico. Su ex-aprendiz pretendía abandonar su cuerpo físico para siempre al intentar cortar el cable de plata que une a todo viajero de los sueños con su forma astral. Poco o nada pudo hacer Valeria, la oscuridad aplastante amenazaba con llevársela a ella también, a todo lo que estuviera en el edificio, a todo intruso. Así que se vio obligada a regresar a su cuerpo. Lloraba arrepentida.
Fue así como Calico abandonó su cuerpo físico para siempre, y vivió sumergido entre las sombras aplastantes del edificio más grande e inexistente que haya existido en el constructo irracional no lógico del mundo de Calico.
Calico nunca encontró la salida de las sombras, y vivió en el centro del laberinto del minotauro de la Residencial San Felipe.
Larga vida a Calico, ha muerto. El minotauro resguardará su tumba.





Eusoj Sargav

jueves, 21 de marzo de 2019

Javier Prado

Las ansias y los nervios carcomían a Mariana una noche antes de la importantísima entrevista de trabajo, que tendría a primeras horas en una oficina que quedaba en los alrededores del centro empresarial de San Isidro.
El trabajo al que aspiraba era perfecto para ella, el crucero en el que se embarcaría -si calificaba para tal- iba a surcar el océano pacífico, atravesar el canal de Panamá, cruzar el charco y finalizar en el Mediterráneo. Un trabajo de en sueño.

8:00 A.M.
—¡Mierda! ¿En qué momento me volví a dormir?
Mariana tomó el primer taxi que encontró, y pese a ser un auto muy rápido, no avanzaban más de dos metros cada cinco minutos en la terrible avenida Javier Prado, el tiempo pasaba, y Mariana desesperaba.

8:30 A.M.
Mariana se bajó del taxi que tan solo avanzó unas cuadras más, pero no lo suficiente como para acercarla al lugar de su entrevista.
El estresado chofer prende la radio del auto para relajarse:
RPP informa: "Cuádruple choque en la avenida Javier Prado, diez heridos, ni un muerto..."

Mariana dispuso a correr, y correr, hasta llegar a escasas cuadras de la oficina que quedaba cerca del Centro Empresarial de San Isidro.
Ella iba a buen ritmo, pese a correr con tacos, era tan rápida como una bala. La gente que la veía correr quedaba asombrada por su tremenda destreza al correr con tacones de aguja, algo admirable. Mariana miró al reloj y faltaban 5 minutos para que empiece su entrevista, pero se relajó porque solo faltaba una cuadra para llegar. Redujo el paso, controló la respiración, y antes de pisar la acera en la que se encontraba la oficina, se le quebró un taco, perdió el equilibrio y cayó al suelo.
Al recobrar la conciencia, Mariana vio que estaba en una camilla de la clínica Javier Prado, se había fracturado el brazo al caer violentamente contra la vereda. Quizás esta fue la única y última oportunidad de su vida para conseguir su trabajo de en sueños.






Eusoj Sargav

jueves, 14 de marzo de 2019

Muerte y vida entre cenizas

Esta sensación calcinante me perseguía sin tregua, 
Donde paseaba los ojos, la gente ardía.
Nadie se salvaba, seguí, seguía buscando señales de vida en cada habitación de este hotel barato de Zvezdara.
Al llegar a lo más alto encontré lo que buscaba, a quien buscaba.
En esta odisea creada por un maldito pirómano, mis anhelos, sueños que no cumpliré, desfilaban...
Se evaporaban en forma de lágrimas. 
Siento que ardo, este fuego me sofoca,
pero aguantaré, la debo salvar.
Poco a poco todo se derrumba y solo se distinguen sombras borrosas en la habitación, 
No quedaba nadie, solo ella y yo, y la muerte ígnea que asechaba vestida de bestias cazadoras.

No sabría expresar qué habrá pensado aquel hombre en esos momentos.

—¡Hasta que por fin reaccionó, señorita!, escúcheme bien...Tome mi balón de oxígeno, corra hacia la ventana y sálvese, en breve se aproximará una escalera mecánica y la rescatarán.

Ella estaba en shock, no pronunciaba palabra alguna.

—¡Corre! !Sálvate! 
—No, no me mires así, eres joven y te queda mucho por vivir. Así que corre hasta la ventana y te salvas, yo iré detrás tuyo. Solo le pido algo señorita: no voltee a verme o se podrá tropezar —Claramente mis piernas están rotas, y no podía seguir más. Pero no se lo pensaba decir así muriese de dolor.

De pronto la mujer volteó, pero el valiente bombero le pidió que siga corriendo hacia la ventana.
Lo último que la mujer oyó fueron estas palabras que se apagaron entre las llamas y cenizas: 

Sálvese señorita...me oyó...salv... 

Una vez que la mujer ya estaba en buen recaudo, volteé al escuchar aquel ruido seco —El bombero había dejado de hablar.

Las demás unidades estaban por llegar a las calles Teodorina con Vladimira Ćorović, pero llegaron muy tarde, Javor, quien sería mi mentor, me engañó, no vino tras de mí.

Es así como yo, Natalya Roustova, me uní al cuerpo voluntario de bomberos serbio, y juro que emularé a Javor de ser necesario.




Eusoj Sargav

jueves, 7 de marzo de 2019

Dibujantes

Con los ojos girando en antihorario, inyectados en el horario;
Relativismo y realidad se volvieron uno ahora,
Los segundos juntos a los primeros nos interrogaban hilarantes, arrogantes, tan subestimantes,
Si acaso el arte de dibujar lunas llenas o lunas rotas reflejaban todo el dolor del mundo…
Pero qué pregunta para más inoportuna,
No dibujábamos pensando sobre tal dolor en este nuestro cuarto menguante denso-nebuloso,
Lo hacíamos para construir destrucciones, llenar vacíos.
Tan simple como eso.
Nuestro arte no comprendido tiene que ver con la eternidad del tiempo, la fugacidad de la vida.



Eusoj Sargav

Flamenco rojo

  La esperanza se pierde, ¿Respira? A Rubén no le cabía ni un solo grano de arroz más, estaba más que satisfecho, estaba tan lleno de co...