El viaje que lo cambió todo, curiosamente no fue un viaje a otra ciudad, sin maletas, tampoco al desierto, pero la sed era implacable. Se trataba de un tipo con la brújula al revés y con una venda en los ojos. Caminaba sin mirar hacia atrás a pesar que las voces del futuro lo llamaban, el desconcierto incrementaba a cada paso que daba.
—¿Qué le sucede?— preguntó el niño
a su dispositivo humanoide.
Es un conocimiento que escapa a
lo inorgánico, al concepto espacial y temporal, incluso suficiente para cada
procesador de su maquinaria del futuro que apareció en un ahora de algún
momento.
—Está desorientado —El humanoide
se mostraba desconcertado y extrañado, le era familiar. Algo que no le sorprende
mucho, pues posee la data de cada humano existente ¿Pero quién era aquel?— quédate
un momento aquí y no mires nada.
Para asegurarse, el androide
deshabilitó los artefactos que iban conectados al petizo para que vuelva a ser infante,
con una comprensión limitada de las lecturas del juego de cartas en este póker post
apocalíptico en el que se vive, un juego serio de pocas cartas y abundante escasez
donde se tiene que jugar hasta la última ficha o gota vital. Estas condiciones aplican
tanto como para humanos y androides de tercera clase, aquellos quienes no
partieron hacia otros destinos, pues la tierra era prácticamente inhabitable
para los humanos que decidieron seguir siendo orgánicos. Se movió con su primitivo
y desperfecto andar hasta llegar donde se encontraba tumbado el sujeto que se
arrastraba sin rumbo como una lombriz robótica, como una mierda.
—¿Quién eres?— fue lo que se
llegó a entender por parte del viajero.
—Soy un prototipo fallido de
individuo, puedes llamarme Júpiter.
—Bien, Júpiter, qué bueno. No me
interesa saber qué es lo que seas porque yo lo sé todo, lo he vivido por lo
menos cien veces, mis apuros son mayores a cualquier realidad circundante. Como
verás estoy viajando a donde haya guerra, ¿por dónde voy?
—No tiene sentido lo que dices,
la guerra en el planeta concluyó hace ya treinta y seis años tras la
desaparición de absolutamente de todos los países del hemisferio norte, ¿por
qué querrías revivir los horrores?
—Veo que no me entiendes, vengo
del 1943, viejo, lo tengo en mi lengua alcalina y me esperan al otro lado. Ya
no puedo seguir aquí.
—Sigo sin entender, amigo
psiconauta, veo que llevas más problemas que lo que llamaban libros de
matemática.
—Es que no sabes nada de mí,
robot, no puedo seguir aquí, soy corresponsal de guerra y no sé otra cosa más
que ir de campo de batalla a campo de batalla, esconderme entre las trincheras,
amontonarme entre los cuerpos ya inertes. Ese soy yo, el hedor a rojo me llama.
— Asumiendo que sea cierto lo que
dices, dirígete hacia la jungla, justo en el bar cerrado. Ahí hay un
teletransportador abandonado, no puedo asegurarte que siga funcionando, pero lo
usaban los mafiosos y traficantes para ir de negocio en negocio por todo el
mundo. Solo recuerda cuál es el final de tantas teletransportaciones, a nivel
molecular puede resultar fatal.
El chico seguía esperando a su
compañero androide. Parecía que le hacía falta algo, ¿gracia? ¿vida? ¿humanidad?
¿inteligencia? No importa que fuese, seguía en la espera del androide ¿Si los
humanos hubiesen sido siempre humanos se habría llego a esto? Se le veía algo aburrido
y ahora el desorientado parecía aquel niño. El androide defectuoso decidió
reactivar el sistema que asistía a aquel infante que cada vez que se reintegraba
al sistema volvía a ser ese adulto malnacido que era, aquel que pisaba a los
demás en su camino al castillo oculto en la jungla y amontonaba cuerpos que
nadie sabía de dónde vendrían, posiblemente de 1943 d.d.i.a1 [i]¿Pero
por qué? Solo Júpiter sabía la verdad absoluta, por eso la interrupción entre
el flujo de los eventos lineales en el espacio-tiempo mierdero en el que se hallaba.
El viaje, el sabor alcalino, la muerte, la tecnología, la resurrección y la
bilocación atemporal podrían haber concluido en un agujero negro que se
llevaría todo a su paso: a la paradoja, a la inteligencia artificial, a las
montañas de cuerpos que apilaba en forma de pirámide aquel viajero de 1943, que
aparecían cada vez que el niño dejaba de ser niño en el presente y volvía a ser
el malnacido que era.
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