domingo, 27 de octubre de 2019

El monaguillo


Los años de monaguillo que Martín había dejado atrás habían vuelto, ya no era más un monaguillo que robaba vino del cura, ni tampoco iba a la iglesia. Lo que volvía a ser como antes, era que había vuelto su depresión y con ello, un alcoholismo basado tan solo y únicamente en vino tinto.

          Una semana atrás, los padres de Martín se sumaron a la estadística de personas que mueren en accidentes automovilísticos de carretera: la ambulancia que llevaba de emergencia al abuelo de Martín a un hospital se había desbarrancado por un abismo cajamarquino, la mujer con la que se iba a casar le dijo que lo había pensado bien —dado que conoció a un jeque árabe— y que era mejor no casarse y terminar. Martín acudió a un psicólogo, pero a este último le entró un ataque de nervios cuando recibió una llamada y se retiró del consultorio dejándolo a Martín en la sala de esperas. En resumen, todo iba mal (pésimo).

          Una semana después de todo, un excompañero del coro de monaguillos le había dicho para ir a formar parte del coro un grupo de rehabilitación, le dijo que ni los antidepresivos, ni las medicinas, ni el alcohol eran la solución, sino confundir a la depresión.

          El día que fue al coro de rehabilitación, Martín intentaba sincronizarse con las armoniosas voces de los pobres y tristes —pero talentosos— desgraciados que formaban parte del grupo de rehabilitación, pero no lo conseguía, y su frustración se incrementaba a medida que los tenores y sopranos llegaban cada vez a notas más altas y el a lo mucho soltaba unos gallos que se veían opacados por las excelentes voces ahí presentes.

          El antídoto fue peor que la solución, Martín regresó a casa a seguir embriagándose con vino tinto, y tal vez, con alcohol de farmacia con agua.

          El día que Martín  fue hallado sin vida en su departamento, ni los monaguillos ni nadie asistió a su entierro sino el grupo de desgraciados tenores y sopranos que lo condujeron a la muerte, quienes terminaron cantando la misma canción de todas sus tristes sesiones.






Eusoj Sargav

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