jueves, 17 de enero de 2019

Tecnoinvación espacial

Bruce Norris, gordo cocinero adicto a las fotografías y, en su tiempo libre, miembro del club de futurismo de Cuba, quien informó en una de las últimas reuniones del año, que en secreto se reunía con el difunto Fidel Castro —quien en realidad seguía vivo como huésped en el cuerpo de otra persona de identidad desconocida— para experimentar con humanos en un laboratorio subterráneo. Tales declaraciones generaron controversia entre los miembros del club, que le exigieron pruebas fehacientes o sería expulsado y vetado del club por la eternidad.
Bruce Norris, hombre tan ingenioso como estúpido, le pidió a su sobrino Pinocho Norris, tipo flaquísimo y narizón, que se deje “atar” en la camilla de acero inoxidable que tenía frente a su afilada cara —la calavera rumbera asintió con la cabeza— y que, al momento de la toma de fotografía, cierre los ojos.
Ambientar la sala de la casa de su madre, en la que seguía viviendo, fue cosa fácil. Pinocho ya se encontraba sobre la camilla y ayudaba a su tío a colocarse una suerte de ventosas pegadas por el pecho, el cuello y la cabeza, si con todos esos arreglos ya parecía todo un fenómeno recostado, Bruce le colocó una suerte de arácnidos plateados alrededor del cuerpo, que no eran más que canicas pintadas con pintura plateada sujeta por finos alambres del mismo color. La señal se dio, Pinocho cerró los ojos, y el retrato del sobrino resultó sumamente real y futurista.
         
          —Compañeros, bienvenidos al futuro —Bruce mostró la foto en la proyección.
          —¡Bravo, bravísimo! —aplaudieron los ingenuos futuristas.

          Bruce Norris, tuvo días felices, hasta que un día dos hombres muy altos y pálidos, vestidos de túnicas negras y casco dorado, lo buscaron en casa de su madre. 




Eusoj Sargav

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