viernes, 4 de diciembre de 2020

8-9-3, la peor jugada de Murakami Satō

 Tras el deterioro de la dinastía Tokugawa y el paso a la era Meiji numerosos samuráis se habían quedado sin propósito algún: sin un señor por quién luchar, sin un clan por el cual matar, vagaban sin rumbo definido. Algunos se ganaban la vida como mercenarios de élite, guardaespaldas o extorsionadores. 

Estos antiguos samuráis, ya viviendo en una época en la que el blandir sus espadas se iba quedando atrás —junto a vendedores ambulantes—, comenzaron a congregarse en grupos de jugadores de cartas, apostadores, no había mucho que hacer. En dichas casas de apuestas se decía que había un hombre misterioso —de quien no se sabía el nombre— que siempre ganaba y se cobraba las vidas de los apostadores quienes no tenían nada más que apostar. Quienes vieron su rostro detrás de la máscara de oni que solía usar, decían que tenía los huesos expuestos. 

Murakami Satō era uno de esos apostadores que siempre jugaban el todo por el todo en un juego tradicional japonés llamado Oicho-Kabu. Murakami, temido samurái en su momento, se enteró de la existencia de aquel misterioso jugador enmascarado, por lo cual partió desde Iwaki a Kyoto. 


Tras su llegada a Kyoto, Murakami halló al apostador y empezó el juego. Pasaron solo pocos minutos y ya había perdido todo el dinero que traía con él, pese a que le dijeron que se retire, siguió apostando: todo lo que tenía y lo que no tenía, incluso llegó a apostar a su heroica katana. Tras todo ello, el orgulloso y terco apostador siguió perdiendo. Quienes lo vieron, tras perderlo todo, se acercó enfurecido al incógnito jugador y se le quedó mirando a los ojos largo rato, intercambiaron inentendibles palabras y jugaron una ronda más. 

Esta fue la última partida de Murakami, quien obtuvo un 8, un 9 y un 3 (ya (yattsu-ku-za (san)) y se derrumbó sobre la mesa tras la jugada para nunca más levantarse, había apostado su alma contra el portador de la máscara oni, un shinigami.




Eusoj Sargav


1 comentario:

  1. Me encantó el final, la combinación de datos históricos y la tenacidad de un ronin. Buen cuento.

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