La fiebre no bajaba y las
alucinaciones ni qué decir, ¿en verdad lo eran? —¿será ese maldito delirium tremens otra vez? No lo creo —,
días atrás había contraído un resfrío… ¿dónde?, no lo sé, tal vez en el cine, o
tal vez en un concierto, o a lo mejor en una playa nudista que estaba repleta.
No lo recuerdo. El asunto es que necesito un poco de cacaolat[i].
Al amanecer ya no tenía fiebre,
pero tenía mareos como cada día que despertaba, era un día espléndido, y yo, un
estropajo tendido en el suelo al lado de mi cama. Ya se me pasará, pensé, y me
dormí como un angelito.
Ya era hora del almuerzo me
dijeron unos duendecillos, pero en realidad ya había pasado un día entero y yo
seguía en el suelo, tenía hambre, sed y vómito sobre mí, pero qué importa... no
hay nada que un buen duchazo y una buena comida no puedan solucionar. Mientras
me duchaba me di cuenta que seguía estornudando y tosiendo, y me dije: al
carajo todo, tengo coronavirus, llevo así una semana… ¡me voy a morir!, pero yo
no me voy solo, me llevaré a todos. Sí, eso haré.
Aprovechando que se había
establecido el toque de queda, empecé a visitar a cada uno de mis vecinos, unos
buenos —a quienes solo decidí saludarlos a modo de despedida, a través del
intercomunicador porque estoy seguro que perdí el celular en un bar de mala muerte o en algún burdel—,
luego visité a los malos, a esos grandísimos bastardos que a todo momento hacían
bulla, fiestas y dejaban hecho un asco el edificio y se orinaban en mi hermosa
maceta de geranios que tenía en la entrada de mi casa. A cada uno los visité, les
dije sus mil verdades y les tosí en la cara, claro, cada uno de ellos me
propinó golpes, me amenazaron de muerte, o simplemente, me cerraban la puerta
en la cara, muy aterrados todos. Ya todo estaba listo. Era el fin.
Al regresar a
mi apartamento, no encontré más licor por ningún lado, no había más cervezas en
el frigobar, no más bourbon en la vitrina de botellas vacías, no había
absolutamente nada. Nada de nada, nada. Las horas posteriores fueron aterradoras
para mí, empecé a sudar y necesitaba beber de ese manjar de los dioses, sangre
del dios Baco, o, en el peor de los casos algún perfume o el alcohol en gel que
tanto se usaba, pero fue en vano aquella búsqueda. Pensé en arrojarme del
balcón, y así sucedió, pero no porque quise, sino que me dio vértigo y caí
hacia el suelo para no volver a levantarme.
Al despertar después
de algunos minutos, seguía en el suelo, con algunas abolladuras, pero nada
grave —vivía en un segundo piso—, lo que sí era grave era que unos oficiales me
intervinieron y les dije que tenía coronavirus e inmediatamente fui transferido
a un hospital en donde descartaron que tenía aquel virus letal, lo que tenía
era un resfrío que se había prolongado mucho y que no podía pasar más de tres
horas sin beber alcohol y me hicieron lavado gástrico para desintoxicarme y
luego llevarme a una comisaría. Una vergüenza.
Eusoj Sargav
[i]
El cacaolat es una bebida típica de
España. Es una combinación de granos de cacao, agua, vino y pimientos que se
suele beber caliente durante el invierno o después de cenar acompañada de algún
postre.
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