Anagramas y acrósticos. El tiempo y razón se escurren entre la vida y mis papeles. Creo que los perdí.
domingo, 29 de septiembre de 2019
martes, 24 de septiembre de 2019
La deudora de Vitacura
No más viajes por todo el mundo,
no más buena comida, no más vestidos de diseñadores de moda franceses, no más
empleados ni empleadas, no más chofer, no más nada. No más viejo verde que haya
sido un criminal de guerra nazi al cual cuidar, al fin nada. Y así es como me
dejó este viejo bastardo, prácticamente sin nada. El muy infeliz había
modificado el testamento días antes de morir, dejándome solo la casa en la que
vivió sus últimos días en Santiaguito —eso sí, una muy bonita— en el barrio de
Vitacura[i]. Todo mal, no más nada.
Sí más estrés, sí más hambre, sí
más deudas con los vecinos, sí más sobres de los bancos que se acumulaban
semana tras semana bajo mi puerta. Esos sobres, esos malditos sobres llenos de
saldos negativos, siempre terminaba rompiéndolos en mil pedazos y a medida que
los rompía, sentía que era yo la que me rompía, y todo terminaba en llanto
ahogados por el licor de la bodega del viejo —o de lo que quedaba de ella—, sí
más desgano, sí más cansancio, sí más insomnio, sí más mi fiel perro desnutrido.
Eso era lo que más me dolía, mi fiel perro de lo que era un fino perro
regordete, ahora era no más gordo que un perro callejero que es más hueso que
perro. Había días en los que no alcanzaba dinero para la comida y Naranjo lo
sabía, lo bueno es que siempre se portaba bien, en ocasiones cuando ya no daba
más con mi vida —y al parecer el pobre perro tampoco— le daba de beber del vino
más italiano que tenía y nos emborrachábamos je je, tal vez por ello fue un día
que Naranjo enfermó, y cuando lo llevé al veterinario para que le traten de
salvar la vida, ya era demasiado tarde, Naranjo había dado su último suspiro.
De todos modos me cobraron la consulta los muy hijos de puta. Al día siguiente,
llegó una notificación más de embargo de la casa, al día siguiente me cortaron
la luz y a la semana que le siguió, ya había empezado el crudo invierno.
Pasó un mes para que embarguen la
casa y tan solo un día en el que viví en la calle para que haya sido internada
de emergencia en la clínica alemana de Santiago.
Solo quise ser feliz, nunca supe
cómo.
Eusoj
Sargav
[i]
Vitacura, barrio chileno considerado uno de los barrios más caros para vivir en
todo Chile y Latinoamérica.
miércoles, 11 de septiembre de 2019
Toque de queda
Si mal no recuerdo, ya era muy
tarde, tal vez 11 de la noche y la vieja me decía que la dejara sola porque
mucho la jodía y muchas otras cosas más que me decía entre lisuras, jijijís y jajajás.
Yo me cagaba de risa cada vez que la iba a ver, así era la viejita de linda. Al despedirme de ella, salí de su casa y vi desoladas las calles del barrio de Cinco Esquinas[1] por ser toque de queda, así que me apuré y bajé por Jirón Junín para llegar a mi casa. Quería darle una sorpresa a mi
esposa: un keke riquísimo que solo la canosa sabía preparar y me había dicho que se lo mande.
Del bolsillo del casacón saqué
un cigarrillo Premier rojo y le di curso, hasta que de un momento a otro sentí
que un carro me seguía despacito, o al menos esa era la impresión que tuve, y
pensé: “¡concha de su madre, no traje el revólver carajo! Viejo soy y por las huevas, ¡ya manqué!” Así que
seguí derechito nomas, sin voltear, o la cagada, ¿no? Cada vez el carro se
acercaba más a mí… Si me querían plomear, que lo hagan de una vez, este cuerpo
ya no servía como para meterse un pique de 400 metros, por lo que aceleré el
paso nomás y fue cuando escuché que el carro freno en seco. No volteé, lo que
tenía que pasar, tenía que pasar… Tarde o temprano moriría de alguna forma,
todas las noches se escuchaban explosiones a lo lejos, las torres de alta tensión
eran dinamitadas casi a diario, Tarata[2]
había quedado hecha mierda hace sólo cuatro días. Es decir, todos le debíamos
minutos a la muerte en esta época, quien se divertía jugando a los dados.
Para mi buena o mala suerte me
topé con dos milicos que estaban en una esquina, me aproximé y uno de ellos me
apuntó a la cabeza diciendo con voz de perro rabioso: “Enséñame tus papeles
mierda, o te quemo aquí mismo”. Así que obedecí presuroso, le mostré la libreta
electoral y le conté que era policía en retiro: Comandante Víctor Fuentes Huanca”
… Iba a seguir presentándome, pero vi que el cachaco le hizo una seña al otro con
la cabeza, y de la nada: ¡Paaaam!, el huevón casi me voló la cabeza de un
balazo que salió de su rifle y se escuchó a lo lejos el derrape llantas y un
carro empotrarse contra un poste de luz.
—¿Qué me mira así, comandante? Es mejor que siga su camino a
casa. Usted no ha visto nada. Ese huevón que ya está frío, era terruco. Sino no
se habría ido al vernos —dijo el más joven de los dos cachacos, quien sacó, coincidentemente un cigarrillo Premier —como el de los que yo tenía— y se lo empezó a fumar como si de matar el rato se tratase.
Cosas como esas pasaban a diario
en Lima: en esas épocas ochenteras y principios de los 90’s en la sierra, en
la selva... En todos lados.
Eusoj
Sargav
[1]
Cinco Esquinas; uno de los barrios
más tradicionales de la Lima antigua ubicada en el distrito de Barrios Altos.
[2]
El atentado de Tarata (16 de julio
del 1992), fue perpetrado en el distrito de Miraflores por parte del grupo terrorista
“Sendero Luminoso” ocasionando, según fuentes oficiales, 25 muertes.
jueves, 5 de septiembre de 2019
Carta de indemnización
Ella leía la carta mas no
entendía. Sus lágrimas teñían de rojo el solemne papel que se hallaba sobre la mesa de comedor que decía: «...fue un hombre valeroso que dio la vida por su nación cuando se le requirió... Puede acercarse a cobrar el cheque de indemnización en nuestras oficinas del Banco de la Nación antes de fin de mes. A quien corresponda... (este dinero no revivirá a su fallecido, pero puede usarlo para emprender un negocio o dedicarse a los vicios. Que tenga un buen día)».
Eusoj Sargav
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