Sueños, ambición y deseo, cosas
tan humanas, tan antiguas: han estado siempre presentes a lo largo de nuestra
historia.
Existió una isla paradisiaca muy
cercana a la costa hindú, donde crecía una subespecie única de baobab. Dicho
árbol tenía la propiedad mágica de conceder un deseo si es que se comía de su
fruto. Se podía pedir un deseo. Tal deseo tenía un cincuenta por ciento de
posibilidades de cumplirse o no.
Los aldeanos del lugar eran
conscientes de los poderes del árbol, motivo por el que eran sumamente recelosos
con los que no pertenecían a la isla e intentaban comer de sus frutos. Lo
sabios de la aldea eran los que custodiaban y elegían a quién dar un fruto del árbol
de los deseos. No era tarea fácil el otorgar o negar un fruto a alguien, puesto
que los motivos por los que acudían al recinto eran muchos, desde revivir a un
ser vivo que falleció, sanar enfermedades, y otras cosas banales. Así es como
se cuidaban los frutos. Si estos se llegaran a acabar, el baobab moriría y
traería desastres naturales.
—Hola Raju, hace siglos no nos
veíamos. Y no, aún me quedan unos pocos miles de años. —riéndose— Ahora veo que
vives en esta isla, ¿ya cuánto tiempo llevas acá?
—Por lo menos veinte años.
—¡¿Veinte años?! ¿Alguien como
tú, veinte años en una isla?
—Así es, y ya te contaré el
porqué, pero primero vayamos a mi carpa, —no sin cierta complicidad— ya me
entenderás. Trata de no llamar la atención a la gente, me conocen. Eso creen
hacer.
—Vamos, viejo amigo. Ha de ser
complicado tratar con esta gente —diciéndolo, no sin cierto asco.
La austera carpa
de Raju se encontraba no muy lejos del poblado, cosa de media hora. Una vez que
llegaron, adoptaron sus formas originales, y con más confianza pudieron hablar
de lo que Raju quiso contarle a Bakasura.
—Así que lo que quieres es el amrita[1], y no encuentras la manera de acceder al
árbol sin levantar sospechas. ¡Sí que eres un ser horrendo! —Bakasura soltó una
carcajada que sonaba como el reventar de las olas— ¿Sabes lo que sucederá cuando
todos los árboles se queden sin frutos?
—Sí, y tú me ayudarás a conseguir
el néctar. Nos volveremos inmortales. La isla desaparecerá, es lo que menos me
importa.
—Acepto. Pero bajo la condición
de que yo sea el que consiga todos los frutos de los árboles mientras tú haces
el trabajo sucio.
—¿Pero por qué tanta desconfianza?
Me ofendes Bakasura.
—No es eso, sino que yo soy más
ágil que tú, Raju. Recuerda que ya no eres un demonio tan joven.
—Es verdad, entonces acepto.
Al día
siguiente, cuando el sol agonizaba sobre el mar, Raju y Bakasura volvieron a
adoptar su forma humana, y partieron tan rápido como dos liebres camino al
bosque virgen de la isla, en donde se encontraban los baobabs vigilados por los
ancianos.
—Buenas tardes señores, ¿cómo les
está yendo? Bonito atardecer.
—Buenas tardes señor Rajuli[2] ¿Qué
lo trae al árbol de los deseos?
—Es que necesito coger todos los
frutos de los árboles.
—¿Qué? —Los viejos se exaltaron—
Usted sabe que eso es imposible, es mejor que se aleje inmediatamente.
—Necesito el néctar de la
inmortalidad —repetía divertido Raju, liberando su forma demoniaca.
Los guardianes
del baobab, aterrados, arremetieron contra Raju, quien se divertía esquivando
los ataques mientras que los asesinaba uno por uno. Después de acabar con
todos, Bakasura había terminado de dejar sin frutos al último baobab de la
isla, que mediante un hechizo, los condensó a todos en la amrita, y se lo bebió dejando sin nada a Raju quien murió en el
acto, junto a los inocentes habitantes de la isla, cuando repentinamente la
isla se hundió en el acto en las profundidades del mar arábigo.
Eusoj Sargav
No hay comentarios.:
Publicar un comentario