jueves, 21 de febrero de 2019

El árbol de los deseos, raíz de las pesadillas

Sueños, ambición y deseo, cosas tan humanas, tan antiguas: han estado siempre presentes a lo largo de nuestra historia.
Existió una isla paradisiaca muy cercana a la costa hindú, donde crecía una subespecie única de baobab. Dicho árbol tenía la propiedad mágica de conceder un deseo si es que se comía de su fruto. Se podía pedir un deseo. Tal deseo tenía un cincuenta por ciento de posibilidades de cumplirse o no.
Los aldeanos del lugar eran conscientes de los poderes del árbol, motivo por el que eran sumamente recelosos con los que no pertenecían a la isla e intentaban comer de sus frutos. Lo sabios de la aldea eran los que custodiaban y elegían a quién dar un fruto del árbol de los deseos. No era tarea fácil el otorgar o negar un fruto a alguien, puesto que los motivos por los que acudían al recinto eran muchos, desde revivir a un ser vivo que falleció, sanar enfermedades, y otras cosas banales. Así es como se cuidaban los frutos. Si estos se llegaran a acabar, el baobab moriría y traería desastres naturales.  
 —Bakasura, qué gusto verte por la isla, ¿qué te trae por acá, pensé que habías muerto?
—Hola Raju, hace siglos no nos veíamos. Y no, aún me quedan unos pocos miles de años. —riéndose— Ahora veo que vives en esta isla, ¿ya cuánto tiempo llevas acá?
—Por lo menos veinte años.
—¡¿Veinte años?! ¿Alguien como tú, veinte años en una isla?
—Así es, y ya te contaré el porqué, pero primero vayamos a mi carpa, —no sin cierta complicidad— ya me entenderás. Trata de no llamar la atención a la gente, me conocen. Eso creen hacer.
—Vamos, viejo amigo. Ha de ser complicado tratar con esta gente —diciéndolo, no sin cierto asco.

          La austera carpa de Raju se encontraba no muy lejos del poblado, cosa de media hora. Una vez que llegaron, adoptaron sus formas originales, y con más confianza pudieron hablar de lo que Raju quiso contarle a Bakasura.

—Así que lo que quieres es el amrita[1], y no encuentras la manera de acceder al árbol sin levantar sospechas. ¡Sí que eres un ser horrendo! —Bakasura soltó una carcajada que sonaba como el reventar de las olas— ¿Sabes lo que sucederá cuando todos los árboles se queden sin frutos?
—Sí, y tú me ayudarás a conseguir el néctar. Nos volveremos inmortales. La isla desaparecerá, es lo que menos me importa.
—Acepto. Pero bajo la condición de que yo sea el que consiga todos los frutos de los árboles mientras tú haces el trabajo sucio.
—¿Pero por qué tanta desconfianza? Me ofendes Bakasura.
—No es eso, sino que yo soy más ágil que tú, Raju. Recuerda que ya no eres un demonio tan joven.
—Es verdad, entonces acepto.

          Al día siguiente, cuando el sol agonizaba sobre el mar, Raju y Bakasura volvieron a adoptar su forma humana, y partieron tan rápido como dos liebres camino al bosque virgen de la isla, en donde se encontraban los baobabs vigilados por los ancianos.

—Buenas tardes señores, ¿cómo les está yendo? Bonito atardecer.
—Buenas tardes señor Rajuli[2] ¿Qué lo trae al árbol de los deseos?
—Es que necesito coger todos los frutos de los árboles.
—¿Qué? —Los viejos se exaltaron— Usted sabe que eso es imposible, es mejor que se aleje inmediatamente.
—Necesito el néctar de la inmortalidad —repetía divertido Raju, liberando su forma demoniaca.

Los guardianes del baobab, aterrados, arremetieron contra Raju, quien se divertía esquivando los ataques mientras que los asesinaba uno por uno. Después de acabar con todos, Bakasura había terminado de dejar sin frutos al último baobab de la isla, que mediante un hechizo, los condensó a todos en la amrita, y se lo bebió dejando sin nada a Raju quien murió en el acto, junto a los inocentes habitantes de la isla, cuando repentinamente la isla se hundió en el acto en las profundidades del mar arábigo.




Eusoj Sargav







[1] Amrita, es el néctar de la inmortalidad.
[2] Rajuli, nombre falso que usaba Raju para ocultar su identidad.

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