jueves, 14 de febrero de 2019

Cupido

Allá. Hace mucho, tal vez en las orillas del lago Malawi, Valle del Rift, África central, existió una de las primeras poblaciones de humanos en la faz de nuestro planeta mar. Como todas las demás poblaciones segregadas a lo largo del extenso continente africano, se dedicaban a la recolección de frutas y plantas, y a la caza de animales para subsistir en ese inhóspito mundo en el que se veían atrapados, nómadas huyendo de su muerte.
La mortandad era elevada, se sabe que, si la persona llegaba a la crítica edad de los quince años, o bien vivía hasta los cincuenta años como máximo, o morían si no eran lo suficientemente aptos para sobrevivir. Los hombres llegaban, con suerte, a los cuarenta, mientras mujeres solían fallecer más jóvenes, muchas veces por complicaciones en los múltiples partos que tenían. ¿Pero, acaso era, si quiera pensable que existiese alguien que llegue más allá de esas edades? —Por sorprendente que parezca, la respuesta es un aterrador sí. ¿Pero por qué aterrador? —No hay nada peor que la eternidad, es agotador.
Esta es la verdadera historia de un hombre que se volvió inmortal de la noche a la mañana, o al menos eso cree la gente del nuevo mundo. Su historia, como él mismo cruzaron continentes, atravesaron siglos, milenios, y trascendieron culturas.

En la comunidad del lago, existía un individuo sui generis, de pocos pigmentos en la piel, estatura inferior al promedio, y cabellos dorados como el astro rey, que era apartado del grupo por su apariencia. Este individuo, de corta edad y poca experiencia en la caza y la vida, se había enamorado enloquecidamente de una de sus congéneres: la más imponente del lago. O al menos eso es lo que aparentaba —ya que el fin de cada individuo de la comunidad era reproducirse y así evitar la extinción de la especie.
En aras de llamar la atención de ella, el individuo de tez blanca se convirtió con el tiempo en uno de los mejores cazadores de fieras, pues era tanto su deseo por hacerse notar para ella, que empezó a crear lanzas aerodinámicas ultra filudas. Así, con una destreza única, lograba cazar cuanto animal se le cruzaba en el camino —arrojando la lanza por los aires, con una velocidad y precisión única— y eso empezó a despertar un sentimiento parecido a la envidia entre los demás cazadores que también estaban en competencia por conseguir reproducirse, reproducirse con la hembra que el individuo de melena dorada también deseaba.
A pesar de sus constantes esfuerzos, nunca captó la atención de la mujer. Y no fue hasta el día en que encontró a uno de los demás cazadores junto a ella; día en el que ella le arrojó el primer y último destello de su mirada: desvaneciéndose, protegiendo a su ser amado. Superponiendose, impidiendo que el lanzón arrojado por el hombrecito blanco asesine a su hombre.
Después de ver como aquellla hembra, tan preciosa como ajena, caía sobre los pastisales de la sabana africana, el pigmeo experimentó algo parecido al odio, a la desesperación, había puesto fin a su más viváz obseción por culpa de los celos, o algo así.
Tal era su deseo de hacer que la mujer regrese a la vida, que se le presentó ante él una serpiente de tres cabezas que se mordían entre sí al mismo tiempo. No existía la comunicación articulada, pero el misterioso y siniestro animal se enrolló en sí, ofreciendo al hombrecillo un trato. Dicho trato consistía en que esa mujer sería para él algún día, siempre y cuando trabaje bajo su servicio por un tiempo. 
El enano hombre, probablemente sintiendo el paso de los años, y no viendo la promesa que el extraño animal le había ofrecido, decidió dejar de trabajar para la víbora. Fue así que la serpiente, furiosa, le lanzó una maldición en la que lo obligaría a vivir en la eternidad, vagando por el mundo. Flechando a las parejas enamoradas que viese juntos como lo hizo —con una lanza— cuando vio juntos a la mujer de sus sueños y al cazador; y que lejos de ocasionar daño, incremente el amor que se tengan a quienes fleche, amor que nunca sintieron hacia él.


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Eusoj Sargav

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