jueves, 4 de abril de 2019

Moriré un jueves en París

—Y mire, así fue como se clavó el lapicero en el cuello —lo imitó tal y como lo vio, pero con la diferencia única que, en vez de lapicero, era su dedo índice que con cierta gracia lo imitaba.
—No señor, no es necesario que lo haga —se lo dijo de manera somnífera, el doctor Palma, psiquiatra del Hospital Víctor Larco Herrera[1]— solo deseo que me cuente lo que vio.
—¿Qué - qué? No. No, no, no se lo contaré. No, ¡que no! No, no, no, nnnnno —rabiaba el hombre.
—Oh, disculpe que se lo pida de esta manera, honorable…
—No, no, no. He dicho que no se lo contaré. Pero sí que lo escribiré. Se lo escribiré todo, ¿sabe? —cuchicheaba en silencio, como si contara un secreto de corte militar, el paciente Raúl Meléndez, quien era conocido por todos como Balzac, tanto por su parecido físico con el franchute, como por la destreza que una vez tuvo para escribir novelas demenciales.
—Pero por supuesto, discúlpeme señor Balzac, no era mi intención alterarlo.
—No se preocupe doctor, suelo tratar con tipos más desubicados que usted la mayor parte del tiempo cuando paseo por París.
—Ya lo imagino je je, prosiga por favor.


Camilo Vallejo, quien afirmaba ser el verdadero César Vallejo, el mismísimo que murió un jueves en París, atragantado por ingerir goma de mascar —ese Camilo estaba algo loquito, pero me compadezco de la gente así. Le falta humanidad al hombre, vil bestia—, se encontraba muy tenso desde que el sol palpitaba en alguna parte del mundo de afuera. Yo le supe entender puesto que me pasaba lo mismo cuando el desayuno cobraba vida propia y se lanzaba por cuenta propia a donde sea, pero son cosas que pasan, ¿no?
Había llegado la hora de la merienda, para luego asistir al taller de escritura feliz en el pabellón número cinco, y nuestro falso poeta caminaba meditabundo hacia las escaleras que llevaban a la segunda planta del edificio. —Siempre con la mano derecha pegada al mentón, ¡qué incómodo este hombre, carajo! ¿Acaso cree que se le caería la cabeza? Tal vez.
Una vez todos los compañeros sentados en fila, Vallejo empezó a decir groserías, y Madame Bovary lo escuchó para que, automáticamente, comience a chillar. Este le dijo a la mujer que se callase porque no le dejaba pensar, pero ella, una vez que empezaba a llorar, no había forma de detenerla. Era todo un caos, reinaba el orden en este taller de insanos. Y, repentinamente, César Vallejo empezó a recitar:
“Me moriré en París con un lapicero clavado en el cuello,
un día del cual tengo ya el recuerdo.
Me moriré en París —y no me corro, me cojo el cuello—
tal vez un jueves, como es hoy, de otoño, un jueves de cuentos.”
Dicho esto, todos lo aplaudimos al poeta, Madame Bovary estaba ahora llorando de felicidad, se encontraba conmovida. Y en cuestión de segundos, el gran Camilo se desesperó porque no podía escribir ni un solo cuento feliz sobre la hoja de papel bond que tenía sobre su mesa de trabajo. Empezó a abrir esos ojotes que tenía y escribió a una velocidad supersónica algo que no era un cuento:

Balzac, amigo, no se me ocurre nada para escribir.
Adiós, a ti se te ocurrirá escribir para mí. Por mí.

Atte: El que muere todos los jueves en el pabellón “París”.


Acto seguido, con total firmeza insertó el lapicero que tenía en su propio cuello.


—Gracias por su amabilidad y su tiempo, señor Balzac. Hoy habrá postre para usted. Aún no pierde esa manera de escribir cosas demenciales —finiquitó el doctor Palma, dándole unas amigables palmadas en el hombro a Meléndez.




Eusoj Sargav






[1] El hospital Víctor Larco Herrera, es una institución que vela por la salud mental.
Dicho hospital se encuentra ubicado en el distrito de Magdalena del Mar, Lima, Perú. 

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