Aquel hombre con mil caras y mil
nombres, había escalado en lo más alto del mundo de la trafa[i]
y estafa dejando una montaña de cadáveres derrotados por donde pisaba. Se le
conocía por su habilidad de encantar serpientes con la mirada, por vender todo
tipo de cosas: desde mansiones en ruinas —con cadáveres aún dentro—, autos sin
ruedas, hasta calcetines con huecos. Y no solo eso, su especialidad era robarle
el dinero a su nación, ya arruinada muchos años atrás, y usurpar identidades
para seguir teniendo mil caras y nunca ser reconocido.
Era respetado por sus conocidos y
temido por sus enemigos, quienes no eran los únicos que se preguntaban si no
habría vendido su alma al diablo para que nunca lo atrapen. En definitiva, era
un artista del engaño, ¿quién era? —¡Vaya pregunta! — Nunca nadie lo supo con
total certeza. No hasta hace poco.
En un mundo tan globalizado y con
tecnologías que no dejaban de aparecer, Galdwig no dejaba de hacer noticia a
donde iba. Claro, con las diferentes identidades que robaba para nunca ser
identificado. Otra de las muchas cosas que se decía sobre él es que gustaba
mucho de reuniones a cinco cubiertos, sea con empresarios petroleros llegados
del lejano oriente medio, con grandes empresas de construcción civil, con
personajes de enorme capacidad adquisitiva, a todos estos engatusaba con labia y
astucia, cerrando tratos de cifras astronómicas. Siempre estafándolos. ¿Pero
cómo es que se sabía que Galdwig era quien decía ser, sin dejar de ser él
mismo? Ahí pondera su fama de las mil caras, una leyenda.
Galdwig se había formado en la
escuela de la calle y universidad de la vida, claro, siempre preparándose para
ser “alguien”, nunca dejó de estudiar ni en la escuela, ni en la universidad
(que nunca terminó). Con esas herramientas, este políglota empezó desde muy abajo,
vendiendo gato por liebre a medio mundo, hasta llegar a controlar la política y
negocios de su país.
No es hasta hace poco que se
cruzó sino más que con la suela de su zapato izquierdo, otro estafador
profesional que era dueño de la mitad del mundo. Al conocerse, Galdwig pensó
que podía huir de este zorro viejo, sin embargo, no consideró que había dejado
huellas dactilares en la mesa de la sala en la que hacían el trato, es así como
empieza la caza de venado.
Galdwig, al llegar a su cómoda
casa de playa del norte de la nación, encontró tan solo las cenizas de la
misma, junto a los restos calcinados de los guardias del recinto, y quedó
alarmado, nunca antes alguien había osado atentar contra su persona, es entonces
cuando se dio cuenta que se metió con el tipo equivocado.
Desesperado, fue al aeropuerto y
le dijeron que ninguna de sus tarjetas de crédito tenía suficiente dinero para
comprar un boleto de avión, decidió huir a donde sea en su Jeep, pero su chofer
ya se había ido, era ahora que se encontraba en el aeropuerto, sin saber qué
hacer ni dónde ir sin que lo asesinen. Es así como se le pasó por la mente
entregarse a las autoridades, quitarse las mil caras que tenía, pero fue en
vano, el nombre con el que se identificó, ya no figuraba como ciudadano de la
nación. ¡Le estaba pasando lo mismo que le había hecho a mucha gente! Asesinarlos
sistemáticamente, despojarlos de identidad, de vida. De haber sido mil personas,
dejó de ser todas, incluso él mismo. Era un hombre sin identidad, sin tarjetas
ni dinero, por ende, ya no tenía propiedades, por último, terminó perdiendo la
razón. Terminó viviendo (si es que lo consiguió) peor que un indigente.
Finalmente, el hombre que dueño
de la mitad del mundo, se apropió de la nación de Galdwig. Ese hombre soy yo.
Eusoj
Sargav
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