La esperanza se pierde,
¿Respira?
A Rubén no le cabía ni un solo
grano de arroz más, estaba más que satisfecho, estaba tan lleno de comida que
si le abrían la barriga podrían darle de comer a todo un distrito por días, era
la persona de la que un caníbal estaría con ganas de mostrarle su amor así como
el pishtaco [i]se
volvería millonario. De no haber sido por el pequeño impase que tuvo con el
mozo que lo atendía, habría definido a su día como bueno.
—Trabajo para
comer y comer —se le agitaba la papada al indignado comensal—, para invitarte a los
mejores restaurantes, también para irnos de viaje a donde quieras, comprarte los regalos que
me pidas, pues yo soy quien te puede cumplir todos los deseos y lo hago con
mucho cariño, pero este tipejo no venía para atendernos sino por ti y no lo permitiré.
Su acompañante
bostezaba esperando a que el señor que tenía al lado termine de comer, pero era una retahíla de
platos, era una escena tan obscena como repulsiva. Se aburría de escuchar lo
que decía su billetera viviente, pero disimulaba el bostezo con un abanico
español color rojo y con la silueta de un grácil flamenco reposando sobre una sola pata. Le aburría cada discurso
de este patán, pero optó por mostrar una leve mueca de satisfacción, pues
pensaba que tenía que expresar algo. Lo que sea, menos asco.
—Tranquilo,
gordito, tú sabes bien que todos se mueren por mí ¿Acaso tú no? —la mujer le
clavaba una mirada que exigía silencio y que también recriminaba—, dime, ¿tú no? Pensé que
sí, pero parece que no te intereso —se mortificaba la chica del abanico. Tras esto fue a mojarse la
cara al baño y a maquillarse nuevamente.
El mozo seguía
rondando por la mesa como una molesta mosca y de rato en rato miraba al hombre
sentado, agotado de tanto comer que ya tenía sueño y al pasadizo del baño por donde saldría la chica. En tanto la acompañante,
desde el pasillo que daba a los servicios higiénicos, le hacía señas al mozo
para que se le acerque.
Tras unos
minutos que a lo mejor fueron horas, Rubén despertó en un basural, alejado de
su oficina de destacado miembro del directorio de uno de los bancos más
importantes de Perú del cual estaba a punto de jubilarse para vivir la vida; sin
Esperanza, la mujer que lo acompañaba a todos lados y que probablemente ya habría encontrado todo el dinero que guardaba bajo su colchón (otro colchón de dinero), estaría en su lujoso
departamento ubicado en el último piso de un hermoso edificio—que por seguridad
prefiero no rebelar cómo se llama); sin su celular de
última generación que usaba para colocar las alarmas del día a día y hacer y recibir llamadas a diario, sin su elegante traje italiano. Rubén no dejaba de
hiperventilar, avergonzado por su mórbida apariencia desnuda prefirió ocultarse
entre la basura y desperdicios de comida pensando en lo tonto que fue al dejar
a su familia, en creer que era querido por Esperanza, en imaginar que podía hacer
algo por sí mismo sin la ayuda de sus asistentes. El dolor en el pecho
incrementaba y el oxígeno dejó de llegar al cerebro.
[i] Pishtaco: El pishtaco o pishtakuq, conocido en algunos lugares de los andes como Kharisiri, es un personaje denotado como un "degollador" que saca la grasa de sus víctimas para venderla, así como su carne fresca en forma de chicharrones.(Wikipedia)