Anagramas y acrósticos. El tiempo y razón se escurren entre la vida y mis papeles. Creo que los perdí.
martes, 14 de julio de 2020
Accidente común
domingo, 12 de julio de 2020
Atrapado en el mundo del queso
Pensé que sería una buena idea comer el queso de la nevera, pero
jamás imagine que esa máquina me absorbería como si de un portal
multidimensional se tratase y así fue. Sin darme cuenta vivía en una ciudad de
queso con muchos agujeros —todos perfectamente circulares—, a lo mejor estaba en
la ciudad de Gruyere. Observé una habitación de paredes amarillas en la que
había una ventana circular —que se asemejaba mucho a la de los barcos— y decidí
acercarme a aguaitar de pura curiosidad: todas las personas estaban
constituidas de queso y otras cosas que no lograba identificar, autos hechos de
queso, perros hechos de queso que orinaban queso en el tronco de árboles de
queso que tenían frutos de queso en sus quesosas
ramas.
Como ya se
imaginarán, entré en un pánico tremendo y busqué si la recamara en la que me
hallaba tenía un espejo en algún lado… y sí, había un queso brillante que
reflejaba mi imagen de humano de carne y hueso, para mi buena o mala suerte. Me
surgieron muchas preguntas mientras estaba presto a tomar una ducha, pero en
lugar de salir agua, salía queso parmesano en estado líquido; fue grotesco, así
que aborté la misión de ducharme ¿Qué pasaría si comienzo a caminar libremente
por la ciudad? ¿Los habitantes de queso se aterrorizarían de mí, de un ser
no-queso, o pensarían que soy un humano y me comerían fundido en pizza o bañado
en salsa BBQ? Sea como sea, tenía que entender qué era lo que pasaba en este
mundo, en este mundo de queso. Muchas preguntas por resolver, nadie a quien
recurrir y un olor a queso impregnado en las fosas nasales que ya resultaba nauseabundo
a cada respiro.
El tiempo en
este queso world era imperceptible ya
que nunca encontré un reloj en la habitación ni en mi muñeca. Libertad,
conocimiento, aceptación en la sociedad —la sociedad de los habitantes de queso
de la que me ocultaba—, cordura, todas esas cosas me faltaban y me asfixiaban, así
que en consecuencia me desvanecí en el suave piso de queso. A mi despertar, una
idea hizo lo mismo: más tardé en pensarlo que en hacerlo, derretí queso y me recubrí
con el mismo todo el cuerpo, solo así podría salir a dar un paseo por Gruyere.
Gruyere, era
una ciudad como muchas de las ciudades del mundo humano en la que se podían ver
plazas, casas con azoteas, casas con techos a dos aguas, cantinas de licor fermentado
de queso —no mencionaré cómo es que lo sé—, incluso los habitantes de queso
hablaban español con acentos franceses, todo era una absoluta novedad para mí. El
interactuar con los curiosos seres de queso fue una cosa de locos, eran tan
similares a los humanos de carne y hueso en su forma de actuar, aunque algo
abstraídos de lo que ocurría a su alrededor, es así como logré pasar
desapercibido entre ellos y comencé a realizar preguntas a la gente de queso de
ascendencia parmesana sobre la historia de la ciudad; a lo que ellos me
respondían que nunca antes se habían puesto a pensar en lo que es historia, ya
que no tenían noción del tiempo, ni de amaneceres y/o anocheceres; pero claro,
me dieron ciertos alcances sobre los lugares a los que conducían los agujeros
enormes dentro de la ciudad de queso.
Todas las
personas de queso a las que pregunté sobre la ciudad me respondían cosas
similares, como, por ejemplo:
“EL AGUJERO OESTE
TE LLEVARÁ HACIA EL PANTANO DE QUESO, TEN CUIDADO, QUE LOS QUESODRILOS PODRÍAN
COMERTE, SON MUY PELIGROSOS”
“EL AGUJERO NORTE
TE LLEVARÁ AL MONTE APPENZELL. JAMÁS FALTARÁ EL LIGERO PICANTE EN SUS NUECES”
Esta información inútil no me servía, así
que les seguí la corriente y recordé cómo había entrado al mundo de queso: un
portal multidimensional. Así que pregunté a muchas personas quesosas si existía
una manera de salir del mundo de queso para explorar otros mundos extravagantes
en el exterior, al momento de preguntarles eso, se negaban a responder, se
marchaban y me dejaban con un cuadro de queso en la lengua. Fue así como logré
comprender que existía una manera de salir del mundo de queso: atravesar el
agujero negro que se encuentra en el punto más alto del mundo de queso.
Para conseguir trepar las paredes
correctas que me condujeran al agujero negro, tuve que recorrer por largo
tiempo —a lo mejor días, semanas, o quién sabe…meses— en dirección sur, hacia
las tierras raras de quesos azules en el que pude caminar por el horizonte
verticalmente (algo así como caminar una pared en el mundo humano, pero
ignorando las leyes de la gravedad que hacen que todo caiga).
El desenlace de esta ácida odisea
llegaría a su final cuando conseguí atravesar el agujero negro, primero la
cabeza, luego el cuerpo. Hacía mucho frío fuera del mundo de queso, aún seguía
en la refrigeradora y pude ver cómo me encontraba fuera del refrigerador, es
extraño…me encontraba fuera de la refrigeradora y dentro de ella al mismo
tiempo. Noté que mi “yo” u “otro yo” sostenía un cuchillo enorme y reluciente en
el que logré ver reflejado mi rostro dentro del refrigerador, y era un gusano rosado con un sombrero negro...diría que lucía idéntico a ese que usan los magos para sacar
conejos.
Mi “otro yo” o “yo del exterior del
refrigerador” acercaba ese cuchillo enorme al cuello y ¡Sas! Se lo rebanó como
si de cortar un queso se tratase, lo demás no conseguí ver porque mi cabeza de
gusano fue separada de su cuerpo en el mundo del refrigerador, y es así como mi
cuerpo se regeneró y habían dos “yo” en la refrigeradora: uno encima del queso,
y “yo” —el explorador del mundo del queso— a un lado, sorprendido.
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